La guerra de nuestras abuelas. Caspe, 1931-1945. Amadeo Barceló. Los Libros del Agitador. 480 páginas. 19 €
SINOPSIS
La guerra de nuestras abuelas es un ensayo sobre la Guerra Civil en Caspe que convierte en protagonistas a más de 200 mujeres, tanto caspolinas como llegadas a la ciudad durante la Guerra Civil. Políticas, evacuadas, represaliadas, milicianas, periodistas, enfermeras o maestras son algunos de los perfiles femeninos en los que se detiene la obra.
PRÓLOGO (Juan Manuel de Prada).
Ha transcurrido ya una década desde que Amadeo Barceló publicase El verano de la tormenta, una magistral aproximación al estallido de violencia que se vivió en Caspe durante los meses estivales de 1936. En El verano de la tormenta, Barceló derramaba una mirada a la vez microscópica y panorámica sobre aquellos sucesos trágicos, brindándonos la posibilidad de comprenderlos abarcadoramente en sus causas y consecuencias, pero también la ocasión de conocer muy exhaustivamente cada uno de ellos, en las circunstancias concretas en que se desenvolvieron. En El verano de la tormenta, además de probar sus dotes de historiador, Barceló exhibía unas destrezas narrativas nada usuales, dignas por momentos de un cronista cinematográfico que, cámara al hombro, viaja en el tiempo y se pasea por las calles de la Ciudad del Compromiso, aportando una visión caleidoscópica de aquellas jornadas de sangre y de fuego, sin dejarse nada en el tintero, movido siempre por su lealtad a la verdad y su vocación inquisitiva.
Estas prendas lucen también de forma sobresaliente en la obra que Amadeo Barceló pone ahora en nuestras manos, La guerra de nuestras abuelas, que atesora en sus páginas mil historias rescatadas de los desvanes de la incuria y el olvido merced a un trabajo concienzudo de recolección de testimonios y pesquisas en archivos. Quizá esta sea la primera virtud del libro que convenga resaltar: a diferencia de tantos historiadores a la violeta, que se limitan a aliñar su guiso con un recuelo de datos y noticias que otros han cosechado antes, conformándose con añadirles algunas reflexiones más o menos clarividentes u obtusas, Amadeo Barceló es un historiador probo y abnegado; lo que significa, antes que nada, apego y lealtad a las fuentes, y también discernimiento en el juicio para interpretarlas e incardinarlas en su tiempo. La guerra de nuestras abuelas despliega ante el lector interesado un apabullante abanico de testimonios (en algunos casos, de las propias protagonistas del relato; en otros, de sus familiares y allegados), recogidos por el autor a lo largo de varios lustros, en un encomiable ejercicio de paciencia y perspicacia; y asimismo ofrece una preciosísima munición de fuentes documentales, fruto de expediciones a muy diversos archivos –en su mayoría aragoneses, sin olvidar el Archivo General de la Administración o el llamado Centro Documental de la Memoria Histórica–, que vuelven a probarnos la humildad y dedicación con que Barceló afronta su oficio.
La guerra de nuestras abuelas nos propone un paseo por una época muy precisa –desde 1931 hasta 1945, aunque centrado sobre todo en los tres años que duró la guerra del 36–, de la mano de las mujeres caspolinas que vivieron (o padecieron) sus acontecimientos más reseñables (o luctuosos). Caspe, que en otras fases anteriores de la Historia ya había ocupado un lugar de preeminencia en el curso de los acontecimientos, alcanzará durante estos años un relieve insospechado, sumada primeramente al alzamiento militar para enseguida ser recuperada por las milicias anarquistas llegadas desde Barcelona; y, al poco, convertida en capital del Aragón republicano, bajo control de los libertarios, que constituirán una suerte de virreinato –el Consejo Regional de Aragón— con sede en Caspe, desmantelado en el verano del 37 por orden del propio gobierno de la República, en un golpe de mano muy ilustrativo de las desavenencias existentes entre las distintas fuerzas políticas que combatían a los sublevados. Más tarde, en marzo de 1938, Caspe será conquistado por el ejército franquista, completando así un movimiento pendular jalonado de acontecimientos sangrientos y perturbadores, en donde la represión de ida y vuelta adquirirá tintes especialmente ensañados.
Y, en medio del ruido y la furia de aquellos días, Amadeo Barceló se detiene a ponderar el papel desempeñado por las mujeres caspolinas, en su mayoría anónimas o escasamente célebres, que sin embargo protagonizaron episodios desgarradores. La Guerra Civil reservó, como todos sabemos, sus escenas más ignominiosas para la retaguardia; y allí precisamente, en la retaguardia, es donde la mayoría de las mujeres pasaron aquellos años infaustos, convirtiéndose en testigos privilegiados de sucesos viles, en ocasiones sufriéndolos en sus propias carnes de las maneras más crueles, en ocasiones también protagonizándolos en sus aspectos más oscuros e intimidantes. De todo ello nos rinde cuenta Amadeo Barceló en La guerra de nuestras abuelas, sin eufemismos ni ensañamientos, con un conocimiento en verdad pasmoso de la frágil naturaleza humana, capaz por igual de los actos más heroicos y también de los más execrables. Las mujeres caspolinas padecieron las intemperancias de aquel capitán Negrete que las utilizó como parapeto contra las balas enemigas, padecieron las purgas y saqueos perpetrados por los milicianos anarquistas, padecieron los abusos y sevicias de los moros, padecieron los ajustes de cuentas y la represión de los vencedores, padecieron la cárcel y el oprobio, la viudez y la orfandad (también esa orfandad suprema que la lengua castellana no acierta a designar, que es quedarse –como escribiera Luis Rosales– “huérfana de hijo”); y todas estas penalidades las tuvieron que sobrellevar en las peores circunstancias concebibles, hostigadas por el miedo y el hambre, sometidas al escrutinio de sus fiscalizadores o abandonadas en la más amarga soledad. Amadeo Barceló, que desgrana los heroísmos secretos y los gestos más nobles de tantas caspolinas que hasta hoy no habían obtenido la recompensa del reconocimiento no oculta tampoco los gestos más viles y las miserias más clamorosas, que también con alguna frecuencia fueron protagonizados por mujeres. Si España –como nos enseña Machado– ha sido en tantas ocasiones ese “trozo de planeta por donde cruza errante la sombra de Caín”, aquella guerra aciaga reunió desde luego todas las circunstancias para que esa sombra errante hiciese parada y fonda.
Barceló se asoma a los episodios más sórdidos y abismales sin apetito sensacionalista, más atento a conmemorar el dolor de aquellas mujeres barridas por el viento de la Historia que a hurgar en heridas mal cicatrizadas. Nuestro historiador quiere rendir un tributo a las mujeres de aquella generación, que vieron sus vidas tronchadas por un vendaval de pólvora y odios sulfurosos, que padecieron el mordisco de las pasiones más torpes, que fueron arrastradas en un torbellino de locura colectiva. No esconde su juicio sobre aquellos hechos (pues la imparcialidad exigible al historiador no debe confundirse con la impasibilidad de la máquina); pero prefiere que la mirada compasiva predomine sobre la acusadora, prefiere que el homenaje triunfe sobre el reproche. Pues el mejor modo de negar el pasado no es borrarlo, como algunos pretenden, con mitificaciones grotescas o edulcoramientos hipócritas, sino vencerlo a través del conocimiento que nos permita asumirlo, sin componendas ni mistificaciones, para dejarlo definitivamente atrás. Y no hay mejor forma de conocer el pasado que recuperar las vidas de quienes lo habitaron, las vidas concretas y palpitantes que los manuales de historia arrumban en un pie de página o ni siquiera consideran, las vidas humildes y maltrechas que sólo la mirada de Amadeo Barceló –microscópica y panorámica a la vez—podía rescatar, reparando en sus vicisitudes más escondidas.
De este modo, La guerra de nuestras abuelas se convierte en un necesario ejercicio de resarcimiento moral. Como aquellos frailes mercedarios que dedicaban su vida a rescatar cautivos, Amadeo Barceló rescata de la noche polvorienta de los legajos la existencia magullada de tantas y tantas mujeres de existencia descatalogada que, al conjuro de su pluma, parecen alzarse de los yacimientos del olvido donde habían sido alevosamente sepultadas, para convertirse otra vez en criaturas vivas y palpitantes, a veces desvalidas, a veces intrépidas, casi siempre víctimas de un tiempo feroz que las hizo trizas o añicos. Y Amadeo Barceló recompone todas esas trizas, todos esos añicos, con una dedicación samaritana, con una paciencia delicadísima, gastando muchos años de su propia vida en el empeño, hasta restituirnos luminosamente las existencias cercenadas de aquellas mujeres –vuestras abuelas, nuestras abuelas– a las que, por fin, podemos hacer justicia.
JUAN MANUEL DE PRADA Madrid, junio de 2021
Tras la puesta de largo celebrada en Caspe, La guerra de nuestras abuelas ha sido presentado en Zaragoza, Maella, Fabara, Nonaspe, Chiprana, Fayón, Traiguera, Mallén y Alcañiz.
REPORTAJE sobre el libro en elDiario.es:
PUNTOS DE VENTA de La guerra de nuestras abuelas. Caspe: Oficina de Turismo, Sabores de Caspe, Kiosko Mañas, Aragón Disc, Estanco Yolanda Gavín, Campanillas I y II, Carlin. Zaragoza: París, Antígona, Cálamo, La Pantera Rossa, General, Siglo XXI, Fnac. Sariñena: Rosendo. Alcañiz: Miguel Ibáñez, Sodric, Santos Ochoa. Teruel: Escolar. Ejea de los Caballeros: Inicio2000. Huesca: Anónima, Más de Libros, Santos Ochoa. Pamplona: Katakrak. País Vasco: cadena de librerías Elkar.
Vía online puede comprarse también a través de la revista web EL AGITADOR pinchando aquí debajo:
http://www.bajoaragonesa.org/elagitador/compra-aqui-el-libro-la-guerra-de-nuestras-abuelas/
ENTREVISTA a cargo de Óscar Vegas, del programa de Aragón Radio «La Cadiera»:
REPORTAJE y LISTADO de las 240 protagonistas del relato:
Las páginas de La guerra de nuestras abuelas contienen los nombres de más de 200 mujeres. Este es el listado de todas esas protagonistas y de los capítulos en los que se habla de ellas (también aparece en los anexos del libro, pp. 447-455). Son 241 nombres, aunque el ensayo incluye muchos más (en este listado no han sido incluidas las que únicamente figuran en el apéndice documental o en las notas al pie).
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