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Historia contemporánea

Atracciones caspolino, un trocito de Caspe en el barrio de Gracia

Publicado en El Agitador el 16-7-2018

Aunque su nombre y la procedencia de su propietaria digan lo contrario, la historia de Atracciones Caspolino, y sobre todo su recuerdo, pertenecen mucho más al barcelonés barrio de Gracia que a la ciudad del Compromiso. Allí, en la plaza Gala Placídia, miles de niños y jóvenes se divirtieron durante algo más de seis décadas. Fue un lugar, además, unido de soslayo a la historia de la lucha contra la dictadura en el tardofranquismo: según nos cuenta Lola Bielsa, Santi Soler, un conocido militante antifranquista de la Barcelona de los años 70, es el protagonista del libro Santi Soler, una vida contra corrent. En una de las páginas se narra cómo Salvador Puig Antic, el último ejecutado al Garrote Vil (marzo de 1974), dejó una comprometedora cartera en Atracciones Caspolino, la cual facilitaría su detención y trágico asesinato.

Este conocido centro recreativo del barrio de Gracia se mantuvo en pie entre 1941 y 2005, tal y como lo contó Belén Ginart para El País hace ahora 13 años.

«Sólo los avisados y las miradas más atentas se habrán dado cuenta de ello. Lo cierto es que en un rincón de la plaza Gal.la Placídia de Barcelona ha permanecido durante décadas el retrato en blanco y negro, descolorido por el tiempo, de una mujer de empuje y carácter. Se llamaba Anunciación Barrachina, y hace 80 años instaló en la plaza la primera pista de coches de choque que hubo en Cataluña. Los vehículos, importados de París, circulaban por un circuito de madera que la señora Barrachina y su marido, Marcos Orús, construyeron con sus propias manos. El negocio prosperó y con el tiempo acabó por ampliarse: así, en 1941, nacieron las famosas Atracciones Caspolino, un lugar muy ligado a la memoria sentimental de tres generaciones de barceloneses. Mucho tiempo después de su muerte, el retrato de doña Asunción ha seguido vigilando el negocio familiar desde el privilegiado mirador de la taquilla. De este modo, la fundadora ha continuado cara al público, los ojos vivos y los labios a punto de abrirse en una sonrisa, estimulados sin duda por la feliz algarabía de los niños».

«Asunción Barrachina, la mujer de la foto descolorida, era una inmigrante de Caspe que encontró en la feria una manera de ganarse la vida en Barcelona, y para no olvidar sus orígenes las bautizó con el gentilicio de su pueblo. Tras jubilarse, el negocio pasó a manos de su hija María, otra mujer emprendedora y de carácter, que tuvo que defender el patrimonio en los tribunales cuando sus hermanos impugnaron la herencia. Y el ciclo iniciado en 1941 se cierra con la nieta de la fundadora, Encarnación, la actual propietaria, y la mujer que ha decidido acabar con el negocio. Es para muchos el peor final de la historia, pero quizá sea la salida menos mala para la actual propietaria. Porque a ella también se le atragantaban las lágrimas con los recuerdos cada vez que se sentaba en la taquilla desde la que vigilaba la matriarca». Hace dos años que falleció su marido, con quien regentó el negocio, y no puede superar la nostalgia. Se ha encomendado a la piqueta para que le traiga consuelo, aunque no ha querido desmembrar el legado de los Caspolino y lo conservará, íntegro e intacto, en una finca privada en Girona».

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¿Qué eran, en realidad, Atracciones Caspolino? Pues lo cierto es que fue un centro recreativo que fue evolucionado con el tiempo. Pero nadie mejor para contarlo que un vecino del barrio de Gracia con sangre caspolina, Germán Ezquerra:

El caspolino 1942-2005

Camino de los 45, cada vez que paso por el Colegio de Economistas de Cataluña se me escapa una ligera sonrisa, recordando las anécdotas vividas y otras que me explicaba mi madre y que no recuerdo. Anteriormente este espacio estaba ocupado por las “atracciones Caspolino”, o más conocido por los vecinos del barrio como los caballitos. No creo que haya nadie que viviera en esos años en el barrio de Gracia de Barcelona que no haya estado alguna vez en su interior.

Según me cuenta mi madre, camino al colegio, los cuatro hermanos pasábamos por delante de las atracciones, y yo que era el menor, siempre quería pararme para subir a alguna de las atracciones, puesto que era mejor quedarse allí, que ir al colegio. Y esta escena se repetía generalmente dos veces diarias, una a la ida y otra a la vuelta del colegio.

Los recuerdos propios comienzan con mi abuela, los domingos, con la que acudimos en infinidad de veces. También solíamos ir con mis padres, mis tíos y cuando venían mis primos.

Cuando éramos un poco más mayores volvíamos a acudir a las atracciones, ya no para subir al tiovivo, sino para jugar a las máquinas que tenía en su interior, y más tarde, de adolescentes, para darnos unos viajes en los autos de choque.

Finalmente, cuando dejamos de acudir a las atracciones, se convirtió en el punto de encuentro. ¿Dónde quedamos?

En los caballitos.

Era un muy buen sitio dónde pasar una tarde o un mañana del fin de semana, pasar un rato en el parque Gala Placídia  en el que podíamos jugar con la pelota o subir a los columpios, y después, mientras los padres se tomaban un vermú, los pequeños podían disfrutar montando en las atracciones.

A día de hoy, no siendo padre, viendo cómo se entretienen los niños pegados a las consolas y a los móviles, me pregunto cómo echaran de menos un lugar como el caspolino, en el que acudir con sus hijos a pasar un muy buen rato. Un lugar, nada espectacular, pero que proporcionaba contacto real y humano entre padres e hijos.

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Nuestro compañero Alberto Serrano traía al mostrador de El Agitador recientemente Atracciones Caspolino cuando nos hablaba del escritor chipranesco afincado en la Ciudad Condal, Antonio Rabinad Muniesa, quien hablaba de las atracciones de raíces bajoaragonesas en su novela de 1956 «Los Contactos furtivos» (pp. 62- 67):

«Se acercaba la fiesta del barrio. Llegó la feria. (…) El ámbito estaba lleno de ruido; gritos, sirenas, música de altavoces. (…) Rodell, con las manos metidas en los bolsillos, avanzaba lentamente entre el gentío (…). El grupo se detuvo ante los autos-choque ‘El Caspolino’. (…) Dieron fuerza a la pista; el coche se alejó de golpe. Cerca había quedado un coche vacío y, repentinamente, Rodell se encontró dentro, evolucionando por la pista. Esto le parecía muy estúpido, y notó sus mejillas ardiendo. Era preciso, sin embargo, adaptarse a las cosas para conseguir algo. Por otra parte, hacía años que no subía en aquellos cacharros. Pero le estaban gustando. Con el volante en la mano, apretando con el pie el pedal del arranque, Luis Rodell, asombrado, divertido, giró a tiempo para evitar un choque, mientras el altavoz desgranaba a todo volumen una melodía popular.

Casi se había olvidado de la chica. De pronto, la encontró delante, en un momentáneo espacio abierto. Fue en línea recta hacia ella y, en el momento de chocar, se levantó un poco del asiento para dar mayor impulso al coche. El encontronazo fue terrible. Ella casi saltó del asiento. Le dirigió una mirada furiosa e, imprevistamente, le sacó la lengua».

Rodell pudo también observar «cómo se apagaban las luces de El Caspolino, y cómo los empleados cubrían los coches con lonas y los colocaban ordenadamente en el centro de la pista».

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Imagen: http://barcelofilia.blogspot.com

También el periodista y escritor barcelonés José Antonio Millán, escribió para El País sobre Atracciones Caspolino pocos días después del cierre del centro recreativo:

«Durante muchos años, cuando mis hijos eran ya mayores, y no habrían cabido en los cochecitos de choque, no por ello dejaban de mirar con envidia, cada vez que pasaban, el conjunto movedizo de luces multicolores… ¡La estética de las ferias! Lo colores abigarrados y las atrayentes luces ponían un contrapunto agradable a la doble corriente (roja y blanca, según la dirección) de los coches en la cercana Via Augusta. Sus destellos anunciaban un remanso de paz, de juegos mecánicos en un mundo de entretenimiento digital. Los encestes de baloncesto o los duelos incruentos del futbolín emulaban a escala reducida un mundo de esfuerzo físico y de grandes competiciones, ¡sin gasto de energía!, excepto la energía infantil, fácilmente renovable con una excursión a la cercana panadería».

«Años y años de uso, de recuerdo y de presencia habían convertido al Caspolino en parte integrante de la ciudad. Su misma arquitectura (creación espontánea, o genio popular) lo convertía en un lugar abierto hacia fuera, una continuación natural de la calle o la plaza, tan opuesto a los equipamientos cerrados y opacos de muchos centros culturales o chiquiparks. Y era nuestro. Sabíamos que ahí habían ido nuestros padres y podrían ir nuestros hijos. Formaban parte del tejido de recuerdos individuales y de lugares de memoria colectivos de la ciudad: un amiga mía conoció allí la pérdida al creerse abandonada por sus padres en los caballitos, y prorrumpió en un llanto irrefrenable que nunca olvidará; pero también al pie de uno de sus futbolines se dejó Puig Antich la cartera repleta de muerte que condujo luego a su detención».

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Y, ¿qué hay de la relación de Atracciones Caspolino con Caspe? Remontándonos a principios del siglo XX hilamos el parentesco de Asunción Barrachina, la fundadora de Atracciones Caspolino, con los churreros de Caspe: Churrería Alegría, el germen de la actual Churrería la Aragonesa, fue fundada en 1914 por Pedro y Pilar. Esta última era prima hermana de Asunción Barrachina. Ambas serían, a la vez, tías de Fernando Aznar, bien conocido por su pista itinerante de autos de choque -en Caspe, ya saben, coches chocantes– que ahora regenta su familiar Antonio Barceló. Varias ramas de una misma familia empeñada en endulzar y divertir a todos aquellos que se cruzasen en su camino.

Finalmente, la economía ganó la partida al entretenimiento: el solar de Atracciones Caspolino lo ocupan actualmente el colegio de economistas de Cataluña y una oficina del Banco Sabadel.

Atracciones Caspolino. Imagen tomada de: http://barcelofilia.blogspot.com

El artículo completo de Belén Ginart puede leerse aquí: http://elpais.com/diario/2005/02/07/catalunya/1107742051_850215.html

Y aquí el de José Antonio Millán: https://elpais.com/diario/2005/03/22/catalunya/1111457240_850215.html

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