Antonio BARCELÓ CABALLUD y Alberto SERRANO DOLADER
Como contamos en la primera entrega de este trabajo, allá por el siglo XVII decidió el concejo construir una ermita dedicada a Santa Quiteria en las faldas del cabezo Monteagudo, elección que no fue casual. Desde mucho antes, el lugar se había considerado casi “mágico”. De la roca, dentro de una covacha, manaba agua de manantial que curaba padecimientos y despertaba el apetito. Los jurados de la entonces villa de Caspe tuvieron claro desde el primer momento que el templo debía levantarse “donde esta la fuente”. Y así sucedió, los muros se alzaron en lugar inmediato, distante apenas unos metros, integrando el venero en el conjunto sacro.[1]
La ermita quedó arruinada en la Guerra de la Independencia, aunque una mínima parte aun estaba en uso en los años treinta y se restañó hacia 1940; pero la fuentecilla -cuyo acceso había protegido una humilde y curiosa construcción-, siguió atrayendo paseos y visitas hasta los años 50 del siglo XX.
En 1815, en un informe sobre el agro local que eleva al gobierno de la nación, el ayuntamiento se muestra prudente al valorar el potencial de la fuente: “…a quien se quiere atribuir algunas virtudes”, escribe sobre ella. [2] Pero, en la segunda mitad de la misma centuria, estas aguas incluso aparecen mencionadas en populares guías de viajeros.[3]
Hacia 1910, el médico y erudito local Leonardo Sancho no se moja demasiado al redactar su monografía sobre Caspe, no obstante, los dos párrafos que dedica al tema evidencian la imposibilidad de ignorar la sólida creencia del pueblo en los beneficios de las aguas:
Primero: “Junto a esta ermita [Santa Quiteria] brota una fuentecilla cuyas aguas, creen algunos, que sirven para despertar el apetito. Con este motivo suele ser bastante visitada por las tardes, sobre todo del invierno y del otoño, por ser el paseo que a ella conduce muy abrigado de los vientos”.
Segundo: “… despierta en algunos el apetito, aunque es de creer que a los que tal fenómeno les pasa, es porque obra en ellos la sugestión, o mejor, porque el ejercicio que para ir a beberla en la misma fuente se ha necesitado hacer con anterioridad es un aperitivo de primera fuerza”.[4]
Carmen Pascual Cirac -nacida en 1910- nos evocó sus recuerdos, tesoros de nonagenaria: “Cuando yo era joven solíamos ir a pasear a la fuente de Santa Quiteria, sobre todo los domingos con la pandilla. De continuo manaba un chorrito de agua fresca. Esa agua se tenía por muy beneficiosa, casi milagrosa. Cuando uno padecía fiebres, siempre mandaba ir a buscar”.[5] De aquellas placenteras excursiones dominicales nos han quedado algún testimonio fotográfico fechado en 1932.
Tras la Guerra Civil, los caspolinos continuaron apreciando los supuestos beneficios de la ingesta: “Dicha agua es mineral y tiene efectos medicinales para ciertas dolencias del aparato digestivo”,[6] escribe en 1949 el sacerdote Cacho y Tiestos. La fidelidad al remedio se mantendrá.
“Yo, que nací en 1944, he bebido muchas veces agua de esa fuente”, nos cuenta María Carmen Arbonés Sola, quien prosigue:
“Manaba solo un poquico más abajo de la ermita, al otro lado del camino. Recuerdo que, de niña, me acomodaba en la cueva perfectamente de pie. Entrando, el chorro quedaba a mano izquierda… y no era pequeño, no. A ras de suelo había una pila muy grande de piedra y siempre me advertía mi madre que tuviera mucho cuidado en no caerme. Para hacer más accesible el caño papá le enchufó una caña. El agua era muy buena para darte friegas en las piernas si te salían ‘espellejones’ o herpes”.
Al brotar la fuente no lejos y por debajo de la cota del camposanto, en el Caspe de postguerra se oía este consejo imperativo: “¡No bebas de esa agua, que viene de los muertos!”.[7] Pero, pocos lo asumieron.
¿Cuándo y por qué dejó de manar? No hemos podido documentar respuesta.
El complejo de Santa Quiteria se fue desintegrando como por arte mágica. Seguramente, el edículo o pequeño templete que custodiaba el manantial ya no existía ni en el recuerdo cuando, a mediados de los años 70 del siglo pasado, se desmantelaron las paredes en pie de la ermita para reutilizar la piedra. La maleza se apoderó del entorno, camuflando todo.
Los nacidos a partir de los años 60 solo escucharon campanadas del esplendor pretérito y comenzaron a identificar erróneamente Santa Quiteria con otra ermita, vecina y en pie, la del Santo Sepulcro, desatino muy extendido y hasta publicado.
La maraña de matorrales (y algún escombro clandestino) impidió durante décadas identificar la gran roca en cuyas covachas manó el agua, munición para la desmemoria. Así permaneció hasta que, en el año 2004, una acertada decisión municipal impulsada por la concejal Prado Murillo accionó la voluntad de desbrozar. La roca y sus oquedades volvieron a ver la luz, pero ya no fluía el agua. Solo entonces pudimos documentar una antigua inscripción numérica, de tamaño generoso, esculpida en el frontal de la piedra: 1614, parecía leerse, lo que equivale a afirmar que desde mucho antes nuestros paisanos ya frecuentaban este lugar para beber.[8]
De atender el cuidado de la fuente se encargaba el ermitaño de Santa Quiteria, empleo otorgado por el concejo que suponemos data del siglo XVII, aunque la primera referencia documental localizada está fechada en 1771.[9]
Se ha apuntado que la protección del manantial fue tal que el propio ermitaño era quien “tenía la obligación de servir el agua a los que la solicitaban, a fin de que la fuente no sufriera desperfectos”,[10] labor de custodia que nos parece exagerada y hasta inverosímil, pues el acceso debió de ser poco menos que libre.
Solo conocemos cinco nombres de la larga lista de quienes ocuparon el cargo de ermitaño: A. Poblador, a quien el 11.01.1802 sucedió Valero Albiac; Camón Buenacasa fue nombrado el 07.01.1912; a Melchor Bielsa López se le concedió el cargo el 31.01.1932; y José Guiu Jordán, que lo fue desde el 07.12.1934.[11]
En aquellas épocas de penurias, los beneficios que obtenía el ermitaño por el cuidado y mantenimiento del templo y de la fuente no eran demasiados,[12] pero si los suficientes como para que el puesto fuese apetecible, como demuestra que en 1861 optasen a la plaza nada menos que seis vecinos.[13]
Para empezar, en el complejo disponían de una modesta vivienda que podían ocupar de forma permanente, cosa que no siempre ocurría dada la proximidad al caso urbano. Cuando en 1845 se nombró al ermitaño, quedó clara la obligación de residir al menos durante toda la cuaresma.[14]En los años 40 del siglo XX, cuando ya no había ermitaños, todavía se mantenía en pie el ‘mas’ que se les cedía como vivienda, tan modesto que hasta la puerta era pequeña.
Al titular también se le cedía “un pequeño terreno con olivos” junto a la ermita, “de los cuales viene a sacar cuatro moladas de aceite”, y el concejo solía asignarle una pequeña gratificación, amén de las modestas propinas con las que le obsequiaban algunos visitantes de la fuente.[15]
Manuel Insa Guíu (Caspe, 1909-1987, peluquero de profesión) nos recordó en sus deliciosas memorias que, tras la misa de ‘córpore insepulto’ y hasta que no se adquirió una carroza fúnebre de tracción animal, los ataúdes se transportaban a mano y por turnos al camposanto, distante algunos kilómetros de la parroquia y próximo a Santa Quiteria. Tal circunstancia también favorecía la economía del ermitaño:
“Si era en tiempo de calor, se llegaba al Cementerio todos sudorosos de ‘cargar con el muerto’, fuese a brazos o a hombros. Si era invierno también se pasaba mucho frío. Una vez puesto el cadáver en su sepultura, todos los acompañantes, era costumbre de pasar [por santa Quiteria] a echar el vaso de vino o la copa (…). El ermitaño tenía allí servicio de bebidas, y cada defunción que había, clientela que tenía”.
Además, y atraídas por el agua del manantial:
“Había muchas cuadrillas de amigos, que sin ser día de defunción, quedaban de acuerdo con el ermitaño, fuese domingo o día festivo, el ir de merienda allí pasándolo estupendo”.[16]
Por descontado, como todos los ermitaños dispersos por el término municipal, el de Santa Quiteria tenían autorización para, cada cierto tiempo, recorrer las plazas y calles del pueblo solicitando limosna y socorro público.[17]
Hoy, la fuente de Santa Quiteria casi parece una quimera. Zarzas y matorrales ocultan las covachas pétreas en las que brotaba. Resulta imposible acercarse a la roca, lo impide la espesura, que ha tenido tiempo suficiente para regenerarse a sus anchas desde el acertado desbrozo del año 2004. Curiosamente, tanta maleza allí, precisamente allí, delata una saludable y permanente humedad en el subsuelo. Oculto y latente en la profundidad, el manantial portentoso sigue existiendo. ¿A que sería buena idea que el Ayuntamiento se animase a adecentar esta zona?
[1] Archivo Histórico Provincial de Zaragoza, documento signatura antigua: AHPZ-PC-1491-pieza 2 fols. 608 ss. / signatura actual: AHPZ J 11491/1-pieza 2, fols. 608 ss.
[2] Relación al gobierno sobre la agricultura en Caspe (1815), transcrita en VALIMAÑA Y AVELLA, Mariano (1971 [manuscrito: 1860 ca.]): Anales de Caspe, Ayuntamiento de Caspe, p. 211.
[3] VALVERDE Y ÁLVAREZ, Emilio (1887): Plano y guía del viajero de Zaragoza, Sangüesa y Caspe, Imprenta Fernando Cao y Domingo de Val, Madrid, pp. 55.
[4] SANCHO BONAL, Leonardo (1986 [manuscrito: ca. 1910]): Bosquejo geográfico-histórico de Caspe”, Cuadernos de Estudios Caspolinos, Centro de Estudios Comarcales del Bajo Aragón-Caspe, n.º 12, pp.33 y 48.
[5] El testimonio de Carmen Pascual Cirac lo publicamos el 01.05.2005 en la web Cuatro Esquinas.
[6] CACHO Y TIESTOS, Juan Antonio (1949 [manuscrito]): Las ermitas de Caspe, sus capillas y capillitas de fachadas, Caspe, pp. 43-46.
[7] Este pudor en torno al agua es, sin duda, posterior a 1822, fecha en la que se inhumó el primer cadáver en el actual cementerio (cuya construcción se había iniciado mucho antes, en 1803).
[8] Una vez vista la inscripción tras el desbroce impulsado por Prado Murillo en 2004, fue posible identificar el último dígito del año en una de las fotografías disparadas en 1932. Circulan noticias vagas en torno a si la veta que nutría la fuente afloró coyunturalmente en algún punto en marzo de 1999, cuando el ayuntamiento acometió en la zona diversas actuaciones (desmantelamiento de una pista de motocross, plantación de 2.000 pinos…). En aquel momento se difundió: “Se ha recuperado también un manantial”, La Comarca (Alcañiz) 12.03.1999.
[9] Aparece en un informe sobre asuntos parroquiales caspolinos firmado en 1771 por Ramón Aparicio, prior curado de Caspe y remitido al arzobispo Juan Sáenz de Buruaga. Consultado el 14.09.1998 en el Archivo Diocesano de Zaragoza, se conservaba, encuadernado junto a otros documentos, en un tomo con este rótulo en el lomo: Partido de Alcañiz. Listado de las Iglesias de este Partido formado por sus respectivos curas por orden del Ilmo. Sor. D. Juan Sáenz de Buruaga ____ Visita. 1771. Alcañiz. En el informe, que ocupa las páginas 659 ss., la referencia a Santa Quiteria es mínima: “Un Quarto de ora de distancia, un Hermitaño quevive de limosna”.
[10] CACHO Y TIESTOS, Juan Antonio (1949 [manuscrito]): Las ermitas de Caspe, sus capillas y capillitas de fachadas, Caspe, pp. 45.
[11] Los dos primeros figuran en el Libro de resoluciones del Ayuntamiento y Junta de Caspe, que consultamos en el AHPZ (Pleitos Civiles, caja 761, núm. 1-3). Los otros tres nombres aparecen en las -actas municipales de las sesiones plenarias de 07.01.1912, 31.01.1932 y 07.12.1934 (esta última reseñada por el semanario El Guadalope, 09.12.1934).
[12] No solo tenía la obligación de ocuparse de Santa Quiteria, también de la muy próxima del Santo Sepulcro (ermita que, como se ha indicado, se mantiene en pie). CACHO Y TIESTOS, Juan Antonio (1949 [manuscrito]): Las ermitas de Caspe, sus capillas y capillitas de fachadas, Caspe, pp. 55.
[13] Acta municipal de la sesión 02.05.1861; en la sesión del concejo de 27.07.1846 ya se tuvo que sortear entre dos candidatos; CACHO Y TIESTOS, Juan Antonio (1980 [manuscrito: 1954-1955]): Anales de Caspe, parroquia de Caspe, pp. 25 y 75.
[14] Juan Antonio (1980 [manuscrito: 1954-1955]): Anales de Caspe, parroquia de Caspe, pp. 27.
[15] CACHO Y TIESTOS, Juan Antonio (1949 [manuscrito]): Las ermitas de Caspe, sus capillas y capillitas de fachadas, Caspe, pp. 45.
[16] INSA GUÍU, Manuel (1979-1980, manuscrito): Memorias del barbero de la plaza (1915-1925). En febrero de 2013, Antonio BARCELÓ y Alberto SERRANO prepararon una edición digital que, en pdf, se publicó y distribuyó a través de la web Cuatro Esquinas; esta edición digital todavía puede descargarse en:
http://cuadernos4e.blogspot.com/search?updated-max=2013-05-02T00:00:00%2B02:00&max-results=5&start=10&by-date=false
[17] Ignoramos si haría parada en la calle Garderas, donde hubo en tiempos una hornacina dedicada a la santa, de la que en los años 40 del siglo XX ya casi se había perdido la memoria.