Con 91 años cumplidos (nació en enero de 1930), Fernando Claverías accedió a ser entrevistado. Me sorprendió lo bien que conserva la memoria y comprobé que se trata de un hombre inteligente y cultivado con el que da gusto hablar. Así que tomé la precaución de grabarlo a pesar de no tener previsto hacer pública la entrevista. Pero como el resultado fue más que satisfactorio, y contando con su permiso, la publicamos.
Los hermanos Clavería, Andrés, Fernando y Aurelio (ya solo vive Fernando) han sido muy conocidos en Caspe por su faceta de emprendedores en trabajos relacionados con la tierra. Su familia procedía del barrio zaragozano de Juslibol, el cual abandonaron cuando se lanzó una oferta de trabajo desde Monzón para varios agricultores que hubiesen trabajado la remolacha. En este punto comenzamos la entrevista.
Fernando: A los agricultores que subieron de Zaragoza se les preparó una finca para cada uno alrededor de Monzón. Mi padre con siete más fueron los fundadores de la Azucarera de Monzón. Nuestra finca estaba en Cofita y allí nací yo. Cofita está cerca del río Cinca, a la otra orilla de Barbastro y a unos ocho o nueve kilómetros de Monzón.
¿Y les fue bien? Bien. La mía era la casa más fuerte de Cofita. Allí todo el que venía de fuera, a parar a comer a casa de Cristobal Clavería. En la mesa nos juntábamos todos los días catorce personas por lo menos. Eso solo los de casa.
Tanta gente a comer… ¡eso es porque había perras! Se supone que sí [sonríe]. Cada año cultivaba mi padre 1.000 o 1.500 toneladas de remolacha. Entonces iba a 70 pesetas la tonelada, con lo que eran 70.000 pesetas al año. Con ese dinero entonces se hacían muchas cosas: había una niñera, una criada y tres trabajadores para cosas agrícolas. Cinco personas de fuera de la familia como trabajadores. Las criadas cobraban una peseta diaria, la manutención y si se casaban en la casa se les ponía el ajuar. Yo conocí a dos o tres que se casaron con personal de casa, mujeres que habían venido allí y se habían puesto a festejar con los mozos de la casa y se habían casao. Los hombres cobraban tres pesetas diarias y la manutención. Y todos comíamos en la misma mesa, del mismo puchero.
Tanto personal, entiendo que era una finca importante. Sí. La finca era del Barón de Val de Olivos, caballero de la Virgen del Pilar y no sé cuántos títulos más. Mi padre la tenía arrendada, como todos los demás que habían ido a cultivar remolacha. Teníamos cinco mulas para el trabajo y recuerdo también que había unas pilas muy grandes, una para que bebieran las caballerías, otra para lavar la ropa…. Además de remolacha teníamos huerto, pollos, conejos y se cultivaban espárragos que se cogían cada tres días y se llevaban a Monzón para conserva.
Y su madre, Joaquina, estaba al frente de la casa, supongo. Y además era bordadora de oficio, bordó varios mantones para la virgen del Pilar. Sabía coser, hacía bolillo, ganchillo, tenía rollos de telas allí en la finca. Aun cuando volvimos de Francia en una casa le avisaron para hacer camisas y era de lo que nos habían quitao de casa. Fíjate qué cuerpo se le debió quedar a mi madre.
Y así hasta que llegó la guerra y todo se puso patas arriba. ¿Cuál era la ideología de su padre? Republicano, y mi madre también. Durante la guerra llegaron a la finca algunos huidos de Zaragoza que sabían que allí estaba Cristobal Clavería y allí se podía comer. También tuvimos al cura de Cofita porque había amistad. Los curas entonces pasaban muchas calamidades, así que aquel cura de seis días de la semana tres comía en mi casa. Mi padre era un hombre razonable, porque cuando tiraron los santos de la iglesia uno le preguntó si se iba a sumar a ello y dijo: “No. Rusia, siendo Rusia, aún tiene todos los santos en las iglesias, no ha tocao ni uno ni medio. Han cerrado las iglesias pero allí está todo el patrimonio guardado”. Eso, después, le vino bien en el juicio.
[Contra Cristobal Claverías Navarro se instruyó el proceso 821/9 por Auxilio a la Rebelión. Aunque su causa fue finalmente sobreseída, no se libró de la cárcel].
Estuvieron durante toda la etapa republicana en Cofita, hasta marzo de 1938. Y luego se marcharon a Francia. Sí. Yo siempre he pensado que mi madre con nosotros se tenía que haber quedado en Cofita, no se tenía que haber movido. Nos fuimos en una galera [carro] hacia Cataluña, con cinco mulas que poco a poco nos fueron confiscando. Hasta que llegamos a Manresa. Allí murió mi hermano mayor cuando lo atropelló un camión. Y cuando tocó marchar de allí nos fuimos a Figueras y después a Francia, hasta un pueblo cerca de París. Mi padre entró separado de nosotros [Fernando llegó a Francia junto a su abuela, su madre y sus hermanos mientras que su padre fue recluido en Argelès-sur-Mer].
¿Recuerda bien su estancia en Francia? Ya lo creo. Podría escribir un libro bien gordo. En aquel pueblo el Ayuntamiento pregonó que todo aquel que pudiera acoger a un español o a dos, si es que tenía solvencia, podía hacerlo. Yo fui a una casa y Andrés a otra, Aurelio como era pequeño se quedó con mi madre. Mi hermana a otra, con la jefa de correos y por eso fue ella quien localizó a mi padre. Después nos trasladamos hacia el sur toda la familia, a una finca que llevaba uno de Juslibol en Pauilhac, cerca de Burdeos, un pueblo que había una refinería y los ingleses en dos o tres noches la machacaron para que no pudieran aprovechar el petróleo los alemanes [para entonces ya había estallado la Segunda Guerra Mundial]. En aquella etapa nos tocó llevar vacas. Los alemanes había días que nos pedían que nos fuéramos porque hacían prácticas de tiro allí donde sacábamos a pastar las vacas. También me acuerdo que uno de aquellos soldados quiso meterle mano a mi hermana y entonces yo me puse por en medio, aunque era un crío. Fue el único percance que tuve, nadie más se metió con nosotros.
[Alicia, su hija] Pero mi padre siempre ha dicho que el hambre en España fue dura, pero el hambre en el extranjero todavía fue peor.
Vuelven a España cuando todavía no ha acabado la Segunda Guerra Mundial, ¿A qué lugar? A Juslibol. Mi padre buscó faena y entró a trabajar de encargado en una finca en Almudévar, a cultivar arroz, mientras nosotros nos quedamos en Juslibol repartidos en varias casas en un primer momento. Después fuimos con él. De allí a otra finca en Gurrea de Gállego, donde estuve yo al cargo de ciento y pico cerdos. Hasta que un día mi padre nos propuso que nos independizásemos. Nos pareció bien y vinimos a Castelnou, a una finca que está entre Escatrón y Castelnou, Valimaña. ¿La has oído nombrar?
No. Pues una finca muy grande donde han montado una de las centrales, la que está cerca de la estación. La finca era muy grande, al lado del río Martín. Pero tú no sabes, los dos primeros años, los peores de mi vida.
¿Por qué? Porque ponerse a cultivar arroz sin más herramienta que una azada… hay que nivelar y, ¿tú sabes lo que es nivelar con dos palos y un cajón? Así preparamos 10 hectáreas, con poca comida y menos dinero. Al segundo año se empezó a coger un poco de arroz y al tercer año ya se sacaron 100.000 kilos. Pero, ¿tú sabes lo que es, el pueblo más cercano, a 12 o 13 kilómetros, sin medios de transporte ni nada, para transportar todo aquel arroz?… eso es una aventura. El tercer año acabamos vendiendo el arroz a 4,50 o 5 pesetas el kilo a una empresa de Pals, Gerona. 100.000 kilos.
Ya eran perras, ¿eh? Ya eran perras, sí. A los tres años de estar allí ya empezamos a levantar cabeza. Los otros medieros que estaban en la finca llevaban cinco o seis años y no habían hecho más que comer mal. Compramos un tractor estando allí, de segunda mano, de 30 caballos, y estuvimos ocho años cultivando arroz. Vino un día el jefe de la Jefatura Económica de Teruel y vio el esfuerzo que allí se había hecho y nos dijo que nos iba a echar una mano. Nos concedió el cupo del gasoil y nos dijo: “medio cupo para que lo gastéis para el tractor y otro medio cupo para estraperlo”. Se portó divinamente porque en la provincia de Teruel no se había cultivao arroz jamás. Pero el contrato de allí ya se acababa y se nos hacía pequeño aquello. Así que nos vinimos a Caspe, a los planos de Don Fermín [Fernando se casó un tiempo después con Alicia Domingo, a quien conoció en Valimaña].
Estamos ya en los años 50. ¿Por qué vienen aquí? ¿Qué referencias tienen de Caspe? Nada, solo que mi padre dijo que había encontrado una finca en Fonté, en Caspe. Y nos pusimos a criar arroz. En las 10 hectáreas de terreno de abajo el primer año ya se sacaron alrededor de 100.000 kilos. Estuvimos también en la Plana de don Fermín, donde cultivamos manzanas.
¿Vinieron toda la familia? Todos menos el Andrés, porque mi hermano el mayor aún aguantó un año en Valimaña. Pronto cogimos también una finca en la Rebalsa, al otro lado del Ebro, arrendada. Y nos instalamos en la plaza Heredia, con mi abuela y mi abuelo, en un piso malo. En aquel entonces no teníamos muchas perras, pero los 14 o 15 hombres que venían a trabajar no se quedaron sin cobrar ninguna semana, que entonces se pagaba por semanas. Llegamos a ser una de las casas más fuertes de Caspe a base de trabajar día y noche.
Tengo entendido que en la Rebalsa cultivasteis algodón. Sí. Cuando estábamos en pleno apogeo fuimos los mayores cultivadores de algodón de todo el valle del Ebro. Llegamos a coger 60 toneladas de algodón, ¡y ojo lo que son 60 toneladas de algodón! Llevábamos 20 o 25 mujeres.
¿Y cómo se cogía? ¿A mano, como en las películas de grandes fincas americanas? Así, a mano. Primero en cestas y luego se metía en sacos grandes.
Y yo me pregunto, aquí cuando empezasteis a plantar arroz y también algodón, la gente de Caspe os diría que si estábais trastornaos o qué? Sí, sí. Yo sé que decían: “estos vinieron con albarcas pero se marcharan descalzos”, o algo así.
Es que Caspe siempre ha tenido fama de pueblo inmovilista. Pues si es que mira, hay cosas que aunque hayan sido labradores toda la vida, no se entiende. En Caspe cuando los primeros vagones de abono que le pedí a Lorén, le pedí un vagón de abono y otro de nitrato. “¿Ha cogido usted todo Caspe o qué? Porque en la suma de toda la tierra de Caspe no gastan tanto”, me dijo. Luego empezamos con los tractores y fuimos uno de los equipos más grandes de Aragón de movimiento de tierras. Estuvimos 35 años nivelando día tras día. Tuvimos el tractor más grande de Europa que compramos por dos millones de pesetas, un millón más barato porque estaba de exposición por toda España. Tuvimos un tractor oruga y seis tractores más.
Es decir, que poco a poco os dedicáis más al movimiento de tierras que a cultivar. ¿Nivelabais los tres hermanos? No, Aurelio y yo. Mi hermano Andrés se dedicaba a las fincas.
¿Y la harinera cuándo la comprasteis? A principios de los años 70. Cuando cerraron la harinera la pusieron en venta y se compró con la condición de que había que chatarrarla. Todas las máquinas había que eliminarlas porque el que quedaba abierto pagaba una indemnización al que cerraba.
Creo que la harinera tenía una concesión de agua… explícame esto que seguro que lo sabes mejor que yo. Había una muela de agua [de la Acequia de Rimer de Allá] y la fábrica funcionaba con el salto de agua. Después quitaron la muela y funcionaba con motores de luz, pero tenía una concesión de equis caballos al año. Esto es de cuando se hizo el pantano, porque al no llegar el agua la ENHER le concedió una cantidad de luz. Esa concesión después nosotros intentamos poner una fábrica de magdalenas y allí estuvo Guiral haciendo los primeros cuchillos, siete u ocho años. Después la concesión la vendimos y nos dieron más de lo que costó la harinera.
Y vivisteis en la Rosaleda. Sí, y la llenamos de rosales. Porque se llamaba la Rosaleda pero no había rosales.
Me tienes que contar lo de la sierra de Vizcuerno y las famosas sandías. La sierra Vizcuerno era del Ayuntamiento pero se hizo propietario uno que estaba en Francia que trabajaba allí cuatro o cinco hectáreas. ¿Arriba? Sí. Había un camino muy malo muy malo solo para subir con mulas, porque en invierno estaba a la umbría y estaba siempre con barro. Ese hombre hacía años que se había marchao y allí no cultivaba nadie. El caso es que nos fijamos en aquella tierra porque no había otra libre. Entonces teníamos mucha maquinaria y habíamos dejado Fonté. Y subí yo con la oruga e hice la cuesta.
¿Y elegiste hacer la subida por detrás? No, el camino ya estaba, pero había un par de curvas que con los tractores no se podían tomar, era imposible. Me pasé dos días estudiando por dónde lo hacía pero no se podía hacer por otro lado. Intenté hacerlo para subir por la carretera de Alcañiz, por el final de la sierra, pero hay una muralla de piedra que era imposible. Así que se arregló el que había pero con mucho problema.
Uno de los lugares más conocidos de la sierra es el vértice geodésico, ¿lo construyeron cuando teníais vosotros aquello arrendado? Ese subí el material yo. Ese y otros más de la provincia de Zaragoza que subíamos con el oruga a sitios difíciles. Es que en la sierra ahora pasa la motoniveladora, pero cuando nosotros lo teníamos arrendao no. Entonces cuando bajábamos el trigo [después de las sandías plantaron trigo duro] iba el tractor grande delante con el remolque y otro tractor con una sirga frenando detrás.
Vamos a las sandías. ¿Más o menos cuándo fue? A principios de los años 70. Todos los bancales los desyermamos porque estaban de romeros hasta arriba y los enrunamos debajo. Yo había leído o había oído que después de desyermar un campo cualquier cosa que pusieras, aunque no lloviera, saldría buena, porque en todo eso que has metido machacao, aunque no lo parezca acumula lluvia. Entonces pedimos simiente de sandías, abundante, cuatro o cinco variedades, lo sembramos y salieron 160 toneladas de sandía. Las vendimos a duro el kilo, aunque no se vendieron todas, muchos kilos se quedaron sin coger. Y también vendimos melones de los que cogíamos en la Rebalsa.
Las vendíais en la plaza, ¿no? En la plaza, en casa… Alicia: ¡A remolcadas enteras en medio la plaza! Fernando: Me acuerdo que un día vino un catalán diciéndome que necesitaba cuatro sandías, las más grandes que tuviera. Yo le dije que eran muy grandes y él erre que erre, que bien grandes las quería. ¡Y en cuatro sandías 100 kilos que se llevó!
El caso es que los negocios os fueron cada día mejor. Habéis tocado remolacha con vuestro padre, arroz, algodón, frutales, trigo, sandías, movimiento de tierras… en definitiva, que os fue muy bien a pesar de no tener tierras. Hemos hecho muchas cosas. La traída de aguas a Monegros, con Auxini, estuvimos tres años. El túnel que pasa la montaña del Pantano de Civán, el que trae el agua, ese también lo hicimos nosotros. Un año justo estuvimos haciendo el túnel. En la Torre de Baños, por ejemplo, nivelamos 204 hectáreas.
¿Trabajasteis por muchos lugares de Aragón, supongo? Por todo el valle del Ebro, desde Zaragoza hasta Mora de Ebro.
Y así hasta la jubilación. Primero se jubiló Andrés y después yo. Toda la maquinaria se les vendió a los Carceller y Aurelio aún estuvo con ellos hasta que se jubiló.
Vuestro éxito radica en que tuvisteis el acierto de ser pioneros en un sector novedoso, el movimiento de tierras con maquinaria, aunque fuisteis tan emprendedores que quizá os hubiera ido bien con cualquier trabajo, ¿no crees? La cosa nos fue bien con la nivelación, pero si nos hubiera ido mal hubiéramos sido los primeros en poner el riego por goteo, que también tuvimos oportunidad. A mí me dijo una vez uno que ahora no nos encontraríamos las cosas tan fáciles como cuando vinimos. Yo le contesté que quizá tenía razón, pero que la capacidad de uno que tiene necesidad es muy grande.
Una respuesta a «Fernando Clavería: “Llegamos a ser una de las casas más fuertes de Caspe a base de trabajar día y noche”.»
Yo Comi sandías de las que habláis cuando ibamos de caza a la Sierra vizcuerno, yo jamás he vuelto a ver sandías tan enormes