Categorías
Prehistoria e Historia antigua

LOS ÍBEROS EN CASPE: CERTEZAS Y FALSOS MITOS EN TORNO A NUESTROS ANTEPASADOS

Publicado en El Agitador en mayo de 2016

En los últimos años se han desarrollado interesantes iniciativas con objeto de divulgar la cultura de unos antepasados comunes de todos los bajoaragoneses, los íberos. Así, la pasada década surgió la ruta Iberos en el Bajo Aragón (http://www.iberosenaragon.net/), empeñada en dar a conocer todo lo relacionado con la cultura ibérica no solo en el Bajo Aragón histórico, sino también en varias comarcas limítrofes a través de centros de interpretación y sugerentes propuestas. A la vez, de un tiempo a esta parte han surgido minuciosas publicaciones que, como buenas hijas de su tiempo, han tratado, desde una perspectiva incontestablemente científica, múltiples aspectos de la cultura ibérica. Mas, albergo la sospecha –más bien certeza- de que esos trabajos, acaso redactados desde un formato excesivamente académico, no son demasiado conocidos por la amplia mayoría de habitantes de nuestros pueblos. Es posible que su consumo se haya limitado, tan solo, a una minoría de especialistas e iniciados en la temática, grandes aficionados de la Historia, o compradores compulsivos de todo lo relacionado con su pueblo. Y lo cierto es que es una pena, porque cuando uno se sumerge en el fenómeno de los íberos, comprueba que fue un pueblo que forma parte de nuestro acervo bajoaragonés, que nos distingue, y al mismo tiempo unifica.

Centro de Interpretación del Mundo Religioso y Funerario Íbero, Caspe

Sin duda, deberíamos saber mucho más sobre ellos, nuestros singulares antepasados de la Protohistoria. Ese y no otro es el motivo de estas líneas: contribuir a la difusión del mundo de los íberos en el Bajo Aragón en general, y en Caspe en particular. Tómenlo como una introducción hacia otros trabajos mucho más minuciosos que iré citando y cuyas referencias se adjuntan al final. Al mismo tiempo, acercarnos a una serie de recientes investigaciones nos permitirá desechar varios mitos fuertemente arraigados entre muchos de nosotros.

El mundo íbero y el Bajo Aragón

Como es bien sabido, la nuestra ha sido siempre una zona de paso. El Bajo Aragón se encontraba, a principios del primer milenio antes de Cristo, es decir, a finales de la Edad de Bronce y en la antesala de la Edad de Hierro, en la zona de influencia de las altas culturas de Oriente (primero los fenicios, y después los griegos), aunque también había recibido corrientes ultrapirenaicas de Centroeuropa. Todo ello se documenta bien a través de la cerámica o el nuevo ritual funerario de la incineración.

La llamada Segunda Edad del Hierro, iniciada en la Península en el siglo VI a.C., toma forma en la zona oriental de la piel de toro a través de un horizonte cultural conocido como “ibérico”. El territorio de la España actual ocupado por esta cultura comprendería una diagonal imaginaria que cruzaría desde Cataluña a Huelva. No se trata de un único pueblo, sino de diferentes tribus asentadas sobre distintas zonas geográficas, desde los turdetanos del sur hasta los sordones de la actual Francia mediterránea. Pero todas estas tribus poseían un sustrato común. De hecho, la palabra iberoi, que proviene de escritores griegos, designa al conjunto de pueblos de lengua y cultura no célticas de las zonas peninsulares. Entre sus coincidencias, la cerámica clara a torno decorada con motivos geométricos, el gusto por la cerámica griega, algunas armas, la lengua, y la escritura (solo los turdetanos y los túrdulos, ambos al sur, hablaban una lengua distinta que descendía del tartesio). En definitiva, compartían la aculturación ideológica y económica procedente del Mediterráneo oriental. 

Estela con jinete. Localizada en la partida del Acampador (Caspe) por Jesús Jiménez

El Bajo Aragón fue zona limítrofe para varias de esas tribus. Los más orientales serían los ilercavones, quienes dominaban algunas tierras de las actuales provincias de Castellón y el sur de Tarragona (entre sus asentamientos más destacados se hallaba el Coll del Moro, en Gandesa). Vecinos de ellos fueron losilergetes, quienes habitaron el sur de Huesca, Lérida, y también parte del oeste de Tarragona, es decir, muy cerca de nuestra comarca. Ilerda, (Lleida) fue una de sus ciudades principales, llegando a ser considerada como la ciudad más grande de la Península. Por último, hacia el oeste encontramos al pueblo de los sedetanos, quienes tomaron su nombre de la capital, Sedeisken, no localizada (aunque se especula que esa pequeña ciudad podría ser el Cabezo de Alcalá de Azaila). Lo que sí es seguro es que Alcalá fue uno de los centros alfareros del importante estilo cerámico Azaila-Alloza. Cuál de las tres tribus dominaba el Bajo Aragón es un tema sobre el que se especuló durante décadas. Sin embargo, recientes trabajos atribuyen a una tribu distinta a las tres citadas la posesión de las tierras del Bajo Aragón durante los últimos siglos antes de Cristo.

Pierre Monet (2006: 268) desarrolló una interesante teoría basada en algunas particularidades de nuestra región, como el retraso en el proceso de urbanización, la fuerte presencia de torres curvilíneas defensivas, el empobrecimiento del repertorio cerámico ibérico al oeste del Coll del Moro, o la ausencia de ánforas ibéricas entre otras características de la cultura material. También la presencia de estelas decoradas que solo existen, en época republicana romana, entre los cauces de los ríos Martín, Guadalope y Matarraña, sería otro de los elementos que llevaría “a diferenciar claramente las poblaciones del Bajo Aragón de las del Bajo Ebro y la región costera”. Esta tribu distinta tendría su propia denominación, tal y como recoge en el libro citado Monet (p. 268), quien toma la teoría de P. Jacob y F. Burillo1:

“El etónimo latinizado Ausetani, pudo designar en algunas fuentes, especialmente en Livio, dos pueblos diferentes: por un lado los ausetanos de Ausa (Vic), establecidos en la comarca de Osona, y por otra parte, los “ausetanos del Ebro”, instalados en la orilla derecha del Ebro en el Bajo Aragón, entre los sedetanos y los ilercavones”.

La sociedad ibérica se vertebraba a través de ciudades como lugares centrales, centros políticos, sociales y económicos. Llamados oppida (oppidum en singular), eran ciudades más o menos grandes, fortificadas, que podían abarcar más de 40 hectáreas de terreno. Sabemos por monedas localizadas que la capital del Bajo Aragón de los ositanos fue Osicerda, (Usekerte en las denominaciones bilingües)2. Se desconoce su ubicación exacta, aunque se especula que pudiera ser el Palao de Alcañiz, pues como ya apuntó S. Melguizo (2011: 200) “era el núcleo más importante y centro socioeconómico de primer orden para aquel momento”.

Al margen de la ciudad principal, existieron en el Bajo Aragón un buen número de asentamientos. En el término de Caspe destacan, sin duda, La Tallada y los Palermos, estudiados por varios especialistas, siendo el trabajo más profuso el monográfico Íberos en el Bajo Aragón, de S. Melguizo (2005). Entre otros muchos aspectos el libro se ocupa de las estelas recuperadas en La Tallada y Palermo I, de las que luego hablaremos.

Yacimiento Palermo I, val Palerma, Caspe

La cultura íbera y la muerte

Al pensar en los íberos debemos desterrar la imagen de un pueblo bárbaro; por el contario, fueron gentes de un notable desarrollo cultural. La sociedad ibera se caracterizó por su organización vertical, un modelo clientelar fuertemente jerarquizado, evolucionando de las monarquías heroicas a un nuevo sistema basado en élites aristocráticas de carácter militar que regían uno o varios oppida. En la cima de esta sociedad se encontraban un régulo o reges, un aristócrata, posiblemente primus inter pares (primero entre iguales) con poder político y control sobre cierto territorio.

El mundo ibérico dio gran importancia a los aspectos funerarios. Realizaban sacrificios animales, ofrendas al difunto, libaciones, banquetes… incluso organizaban combates fúnebres en honor a los muertos. Pero debe tenerse muy presente que el ritual y el tipo de tumba de las distintas áreas peninsulares siempre guardaba relación directa con el estatus social de la persona fallecida.

Las necrópolis solían fundarse cerca de los poblados, aunque a los niños se les inhumaba, en ocasiones, dentro de las casas. El ritual más habitual era la cremación: se quemaba el cadáver sobre una pira (ustrinum) y los huesos que no habían sido destruidos por el fuego se enterraban, o bien directamente en el suelo (loculi), o bien dentro de una urna funeraria o recipiente cerámico. El ajuar, si lo había, se situaba alrededor de la urna.

Aquí, en el nordeste peninsular, solo el ajuar podía indicar la procedencia social del finado, porque a diferencia de otras zonas no hubo arquitectura funeraria. No hay túmulos ni grandes monumentos funerarios. Por el contrario, predominaron los campos de urnas (algo que, curiosamente, en el sur se consideraba como un enterramiento “de pobres”). Sin embargo, en todo el Bajo Aragón ni siquiera han sido hallados esos campos de urnas del periodo ibérico. Nada entre el siglo VI y la romanización. Solo vacío. Con lo cual, surge una pregunta inevitable: Y, entonces, ¿qué son las estelas?

Recreación de guerreros íberos. Interior del Centro de Interpretación de Caspe.

Unos pequeños antecedentes: usar un bloque pétreo como indicador funerario es algo que ya era habitual en la Península siglos antes de los íberos. De la Edad del Bronce son bien conocidas las estelas incisas del suroeste (un apunte importante: aunque la teoría tradicional las asociaba a enterramientos, hoy se asegura que podrían ser marcadores territoriales o que se erigieron para mitificar a un guerrero, tanto vivo como muerto). Unos siglos después, los vetones, indoeuropeos (celtas) que habitaban las provincias de Salamanca, Ávila o Toledo, plantaban una piedra a modo de estela para señalar el lugar exacto donde una urna cineraria había sido sepultada (no era solo un asunto de visibilidad, sino que se pretendía con ello honrar al muerto). Las estelas funerarias también son habituales en el mundo fenicio. Y ya del periodo íbero son las llamadas estelas del sureste, coronadas por una escultura animal o humana. Todos estos presupuestos pudieron influir en atribuir un uso funerario a las estelas del Bajo Aragón. Una teoría, como veremos, que parece estar equivocada. 

Recreación de guerreros íberos. Interior del Centro de Interpretación de Caspe

¿Qué son las estelas?

Un libro fundamental para profundizar en todo este asunto es el del caspolino Manuel Pellicer, Panorama histórico-arqueológico de Caspe en el Bajo Aragón. Pellicer, catedrático emérito de arqueología, las define con maestría como “monumentos conmemorativos, votivos o simplemente relativos a señalizaciones de límites territoriales de clanes” (2004: 107). Otro gran conocedor de nuestra zona es el arqueólogo Salvador Melguizo, quien dice de ellas en su trabajo “Estelas ibéricas del Bajo Aragón (1), (2014)”, que son “elementos pétreos con superficies grabadas o incisas cuyas coincidencias formales y de estilo parecen ser atribuibles al común universo simbólico”.

Las estelas del Bajo Aragón se datan en el periodo llamado “Ibérico final” o “Ibérico tardío” que se desarrolla entre los siglos III y I a.C. Este periodo destaca, entre otras cosas, por la buena fábrica de cerámicas ibéricas, la acuñación de moneda, o la extensión del alfabeto ibérico-levantino. Juan Cabré fue el primero que catalogó las estelas íberas bajoaragonesas allá por 1923. Todas ellas han sido encontradas entre los ríos Martín, Regallo, Guadalope y Matarraña, con el Ebro como límite septentrional, siendo el primer hallazgo en el Mas de Madalenes de Cretas. Nuevos hallazgos fueron sucediéndose con el tiempo en Cretas, Valderrobres, Calaceite, Alcañiz, Chiprana y Caspe. Y como ya indicó el afamado arqueólogo Bosch Gimperá, casi todas las estelas han aparecido en poblados o en las inmediaciones de los mismos.

Las composiciones más habituales en las estelas compaginan decoración y motivos bélicos, siendo estos últimos los predominantes y ocupando las partes centrales de las talla. Las propias armas, entre los íberos, tenían un gran componente simbólico. En palabras de Luis Benítez de Lugo (2013: 490) “según se desprende de las evidencias arqueológicas y literarias las guerras y la ideología militar fueron muy importantes en las comunidades iberas. La heroización de jefes militares, la presencia de armas en las tumbas y las representaciones de luchas así lo ponen de manifiesto”.

Estela con serpentiforme. Hallada junto al yacimiento de Palermo (Caspe)

Entre las diseminadas en el Bajo Aragón, la zona entre Caspe y Chiprana se llevan la palma en cuanto a número: una fue hallada en la ermita de San Marcos y representa a un équido; otra fue localizada junto a La Tallada, y se muestra decorada con geométricos (triángulos) y lanzas; otras dos provienen de Palermo y se custodian en el Museo de Arqueología de Barcelona (entre ellas destaca la del jinete en la parte superior y dos frisos de lanzas en la inferior); una más se halló junto a Palermo, siendo Néstor Fontoba quien recuperó la pieza que escenifica cinco astiles de lanza, un animal serpentiforme, y en el inferior de la misma la cabeza y el cuello de un caballo (se adjunta imagen). Las dos restantes, que son además las más espectaculares y conocidas, fueron halladas por el profesor Jesús Jiménez en 1974 en la zona del Acampador, cerca de la carretera Alcañiz-Caspe. Tras muchos años en el vestíbulo del Ayuntamiento de Caspe y también en la Casa-Palacio Piazuelo Barberán, ahora pueden verse en el Centro de Interpretación del Mundo Religioso y Funerario Íbero, sito en la Oficina de Turismo de Caspe.

Las estelas del Acampador

Se trata de dos piedras areniscas de buenas proporciones (más un pequeño fragmento), aunque ambas fueron halladas incompletas. Una de ellas representa un jinete a caballo y mide 66 x 46 cm. Se aprecia un fragmento de la lanza y las bridas del equino. Las estelas con representaciones de caballos, con o sin jinetes, son muy habituales en el Bajo Aragón, como puede comprobarse en la composición que adjuntamos. Cabe destacar que el caballo en el mundo íbero (y también en el celta) es un animal de prestigio, vinculado a la aristocracia y a las élites ecuestres.

Estela con león. Proviene de la partida del Acampador (Caspe)

La segunda y más significativa tiene unas medidas de 113 x 80 cm y está dividida en tres partes. Como puede verse en la imagen, aunque no está completa conserva la talla casi en bulto redondo de un león recostado. La representación del león es excepcional en este tipo de estelas en España, aunque es un animal bien presente en la iconografía protohistórica oriental3. Cuatro escudos ocupan la parte central de la estela para dar paso a la inscripción de la que hablaremos unas líneas después. 

Sobre el significado de las estelas siguen existiendo muchas dudas, pero contrariamente a lo que en su momento se afirmó, no tienen nada que ver con el mundo funerario, tal y como exponen, en este orden, Pellicer (2004:107), y Melguizo en el artículo antes citado:

Estelas ibéricas halladas en el Bajo Aragón. Todas ellas con representaciones equestres

“Su carácter funerario resulta improbable, puesto que ninguna de ellas se ha podido relacionar con ningún enterramiento”.

“Más compleja resulta la interpretación sobre su uso y función durante el periodo en el que fueron visibles y tuvieron algún sentido para quien las contemplaba. Una corriente de investigación mayoritaria las vincula al mundo funerario, como partes integrantes de su ceremonial o monumentalización. Pero hay que tener en cuenta que jamás sus hallazgos han mostrado explícitamente estas características”.

Quizá se trate de relatos mitológicos sobre héroes legendarios, hitos simbólicos complejos incluso para los muy iniciados en el conocimiento cultural de aquella época.

Sin embargo, atribuir a estas estelas un valor funerario fue una hipótesis muy conveniente porque, de ese modo, se llenaba un importante vacío, porque como antes hemos indicado no hay tumbas ibéricas en el Bajo Aragón durante el periodo íbero pleno y tardío, lo cual, posiblemente, tenga que ver con el ritual de enterramiento. ¿Arrojaron nuestros antepasados los muertos al agua? ¿Los incineraron y no conservaron las cenizas? ¿Los dejaron a la intemperie para que se los comieran los buitres, tal y como hacían algunas tribus celtas peninsulares? No son más que hipótesis, porque lo cierto es que nada seguro sabemos.

Osorber Baneba, un nombre que muy probablemente no lo sea

La estela que representa al león contiene en su parte final una inscripción incompleta, por lo que solo puede leerse parcialmente. El alfabeto ibérico es semisilábico y se basa en letras fenicias y púnicas y los análisis lingüísticos nos dicen que no es indoeuropeo. Todavía no ha sido descifrado, aunque sí puede transcribirse4.

Sin embargo, hace unos años se dio por válida la teoría sobre el nombre del difunto que en su momento, supuestamente, descansaba debajo: Osorber Baneba. Al parecer, la hipótesis de que en la primera línea se encontraría la epigrafía del difunto provendría de otras inscripciones contemporáneas. Pero Manuel Pellicer (2004: 107) desmonta esta teoría, afirmando que fueron interpretadas “gratuitamente algunas palabras como antropónimos del difunto, por creerla funeraria”.

Tras lo expuesto, soy de la opinión que Osorber Baneba no son más que dos palabras en escritura ibérica a las que a fecha de hoy no podemos atribuir significado. Todavía parece más evidente que la estela del león no era, en ningún caso, el marcador del enterramiento del supuesto Baneba. Lo que sí podemos afirmar es que las estelas eran algo especial para los íberos, absolutamente ligadas a sus creencias, y que fueron colocadas en poblados o lugares con algún valor especial para ellos. Las estelas fueron, y son, relatos erigidos para perdurar y cuyo significado concreto se nos escapa. De ellas solo podemos afirmar que eran expresiones simbólicas de la identidad sociocultural de los iberos del Bajo Aragón entre los siglos III y I a.C.

Amadeo Barceló

Bibliografía y webgrafía consultada

Sobre las estelas del acampador:

Manuel Martín Bueno, “Estelas indígenas conservadas en el Ayuntamiento de Caspe”, Cuadernos de Estudios Caspolinos VIII, 1983, pp. 119-125.

Sobre el poblado de Palermo I:

Salvador Melguizo Aísa, “Palermo I (Caspe, Zaragoza). Estilos regionales defensivos entre los siglos III y I a.C.: paralelos con San Antonio de Calaceite”. Revista d´Arqueología de Ponent, nº 21, Universitat de Lleida, 2011, pp. 199-210.

Sobre los íberos en La Tallada y los Palermos:

Salvador Melguizo Aísa, Íberos en el Bajo Regallo, Caspe, CEDEMAR, 2005.

Sobre los íberos y la Prehistoria reciente en general:

Mario Menéndez Fernández (coord.), Prehistoria Reciente de la Península IbéricaColección Grado, UNED, 2013. De aquí proviene la cita de Luis Benítez de Lugo recogida en el texto.

Sobre los ositanos del Ebro:

Pierre Moret, José Antonio Benavente Serrano y Alexis Gorgues, Iberos del Matarraña. Investigaciones arqueológicas en Valdertormo, Calaceite, Cretas y La Fresneda (Teruel), Âl-Qannis, Taller de arqueología de Alcañiz, nº 11, 2006.

Sobre la Prehistoria en Caspe:

Manuel Pellicer Catalán, Panorama histórico-arqueológico de Caspe en el Bajo Aragón. CECBAC, 2004.

Sobre las estelas ibéricas de Cretas:

Para ampliar, dos artículos sobre las fortificaciones íberas en el Bajo Aragón:

Y para finalizar, una deliciosa fábula:

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *