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Historia contemporánea

Recuerdos del Colegio Compromiso (1982-1988)

Publicado en El Agitador el 20-3-2013

Hablar de un lugar tan común para miles de caspolinos como el Colegio Compromiso y pretender a la vez ser original, se antoja complicado. Aunque, la verdad, no intento construir un relato cargado de singularidad. Quizá se pregunten, ¿por qué yo? Pues sencillamente porque en este 2013 se cumplen veinticinco años –buf, como pasa el tiempo- desde que unos cuantos mozalbetes nacidos en 1974 cerráramos para siempre la puerta del Colegio Compromiso al acabar la EGB.

Habíamos llegado allí a principios de los ochenta (nuestra “pandi”, concretamente, en 1982, pues primero lo cursamos en los Franciscanos). Recuerdo la impresión que me llevé el primer día: todo era inmenso, especialmente el patio de recreo. Uno de los recuerdos que tengo del recreo son “las guerras a caballo”. Los mayores, Enrique Mestre, Farru y compañía, nos cogían a los pequeñajos a caballito y hacíamos divertidas peleas que más de una vez acabaron con mayores y pequeños por el suelo.

De los profesores del primer ciclo guardo, sobre todo, buenos recuerdos: Amada, Mari Carmen, Jesús Jiménez… Éste último era un tipo bastante pintoresco. Fue nuestro profesor en cuarto y, por aquel entonces, los capones y varazos no eran todavía cosa del pasado. Así, los de mi generación aún nos llevamos alguna “muestra de cariño” por llegar tarde a clase. Y lo curioso es que, al recordarlo, no puedo evitar una sonrisa. Nos ponía en fila, allí en la misma puerta, y nos llevábamos el correspondiente capón. Don Jesús solía colocar a los más aplicados en las primeras filas, y a los menos  en las de atrás. Tampoco olvidaré nunca sus dictados interminables…en fin.

Es curioso, pero, por aquel entonces, no dábamos importancia a la eterna camisa de falangista que siempre llevaba arremangada hasta el codo (incluso en invierno). Ni siquiera sabíamos lo que aquello significaba. No era aquel el momento de preocuparnos por ese tipo de cosas.

Tampoco sabíamos –nadie nos lo contó, y quizá nos hubiera interesado más bien poco- que nos estábamos formando dentro de un lugar con tanta historia. El edificio fue edificado en el solar que hasta entonces ocupaban las ruinas del convento sanjuanista en 1927. No se trató de una edificación aislada. Culminaba la que, posiblemente, fuera la actuación urbanística más destacada acometida hasta la fecha en Caspe: la ordenación de la inmensa plaza del Compromiso. El proyecto corrió por cuenta de Regino Borobio, uno de los más destacados arquitectos aragoneses, autor de algunos de los edificios más emblemáticos de la capital, Zaragoza, como la Feria de Muestras o la sede de la Confederación Hidrográfica del Ebro. Las obras costaron 229.882 pesetas. Todo un dineral que viene a indicarnos el valor simbólico que su construcción tuvo para Caspe. Corrían los felices veinte y aquel Colegio, llamado entonces Grupo Escolar y en el que iban a formarse las nuevas generaciones de caspolinos, era toda una apuesta de futuro para la ciudad. Muy pronto se convirtió en un lugar central en nuestra historia: sede de las oficinas del libertario Consejo de Aragón durante la guerra, hospital “de sangre” con los “nacionales” durante la batalla del Ebro, y también acuartelamiento del Regimiento que llegó en 1945, cuando los maquis. Ya con la Transición, su lisa explanada sirvió de escenario para la reivindicación democrática de toda una región. El domingo cuatro de julio de 1976 todo el rojerío aragonés se reunió allí, bajo un sol implacable, para conmemorar los cuarenta años del fallido estatuto de autonomía de 1936. Labordeta no pudo cantar por problemas de salud. Sí lo hicieron el Pastor de Andorra, Tomás Bosque, La Bullonera y Joaquín Carbonell. Historia.

Muchos años después, nosotros pasamos por allí, como tantas generaciones de caspolinos. Los techos seguían siendo altos y el suelo de una madera basta y polvorienta (ahora ya no). Pero las cosas eran ya muy distintas. O quizá no tanto. En 1983 (Tercero de EGB), nos parecía normal tener que rezar el padre nuestro antes de salir al recreo. No dábamos importancia a que, a los menos avispados, los enviaran, en ocasiones, al despacho de la directora, a recibir una educación tan “especial” como hacerle la compra a Doña Matilde. Cuando le cuento a mi hijo que los profesores fumaban en clase, se queda ojiplático.

El control no era el mismo de ahora, y los alumnos que se quedaban en el comedor salían y entraban del patio sin problema. Una vez, uno de mi “pandi” tuvo la brillante idea de llevarse una botella de coñac del camión de reparto que proveía al comedor. Y claro, había que probar aquel tesoro. El resultado fue el de imaginar: mi amigo Ángel acabó en urgencias con lavado de estómago incluido. Pero sus padres ni pensaron en pedir responsabilidades al centro; simplemente, eran cosas de críos.

A veces, pienso que parte de la “culpa” de mi afición por la Historia local la tiene haber cursado estudios en aquel lugar. El Colegio Compromiso era, y es, un edificio ubicado en un entorno muy especial: sobre los restos del Convento Sanjuanista, junto a la Iglesia y, sobre todo, el Castillo (o castillé, como lo llamábamos entonces). Sus espacios más recónditos, pasadizos y demás, fueron la salita de estar de muchos de nuestra generación; el lugar de las trastadas, de lo prohibido, del primer cigarro…

Como he dicho antes, guardo buenos recuerdos de casi todos mis profesores del Compromiso. La excepción también la hubo: alguien que se recreaba menospreciando a algunos alumnos, pero como dijo el gran Cervantes, de cuyo nombre no quiero acordarme.

De entre lo más destacable que vivimos los de nuestra promoción, fue hacer un curso en dos sitios distintos. Quinto lo empezamos en Franciscanos y lo terminamos en el Compromiso. Ocurrió que las grietas del viejo edificio conventual empezaban a presentar un estado preocupante y a mitad de curso se decidió el traslado al Colegio Compromiso. Como todas las aulas estaban ocupadas, nos instalaron en la Biblioteca, con aquellas sillas con accesorio que hacía las veces de mesa, que se subía y bajaba.

En el segundo ciclo, sexto, séptimo y octavo, pasamos ya a cursos impartidos por varios profesores. Miguel Lasanta el Pistolas, un gran docente –y eso que a mí las matemáticas no me gustaban nada-, Ramón Arbona, Francisco Figueiras, Luis Gandul…buena gente. Pero lo mejor del último curso, sin lugar a dudas, era poder ser ya dueños absolutos del campo de futbol principal: el de los mayores, ¡Con porterías!

Todo cambió en los años posteriores a nuestra marcha: se construyó el Colegio Alejo Lorén, Caspe creció hacia las afueras y llegaron los inmigrantes. Una combinación de factores que provocó que el Colegio Compromiso se convirtiera en un centro educativo menos atractivo para muchos padres. Hace un par de años se consiguió la educación bilingüe. Fue una gran idea. Y aunque fue una razón de peso, no la única. Debo reconocer que el cariño hacia nuestro viejo colegio influyó a la hora de que dos antiguos alumnos, y ahora padres, matricularan allí al pequeño de la casa.

A pesar de los recortes, el bilingüismo va a continuar en el Colegio Compromiso. Es una buena noticia. Creo que un colegio con tanta historia, se merece recuperar el peso que siempre ha tenido en la educación de esta ciudad.

Imagino que, cuando acudamos al colegio en la tradicional visita de exalumnos, será en horario de fuera de clases. Lástima. Molaría ver cómo un “moñaco” de 4 años chapurrea en inglés e incluso te corrige en la pronunciación.

Ese día, sé bien lo qué haré. Pediré a mis compañeros de clase que despisten a Ismael y, entre tanto, bajaré a toda pastilla las escaleras. Espero que no me pille y me haga volver a subirlas y bajarlas.

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