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Republicanos tras las líneas enemigas

El frente invisible (1936-1939)

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Aunque año tras año se edita una ingente cantidad de libros sobre la Guerra Civil española, la investigación sigue contando en el debe algunas asignaturas pendientes. Una deuda bien saldada gracias a la obra de Domingo Blasco y Francisco Carrera, El Frente Invisible, es la del estudio de la guerrilla republicana durante la Guerra Civil. 

   Los grupos de guerrilleros no insurgentes –no lo eran porque a diferencia de sus compañeros los “maquis” de los años 40, estos luchadores actuaban en apoyo del gobierno legal- fueron mucho más numerosos que los rebeldes. Soldados, huidos, dinamiteros o voluntarios extranjeros, actuaron tras las líneas enemigas durante la práctica totalidad del conflicto. Junto a ellos, un puñado de temerarios libertarios también realizaron acciones en campo enemigo. La Columna Sur Ebro contaba con tres grupos guerrilleros conocidos por el nombre de sus jefes (Remiro, Batista, Continente), además de algunos comandos de carácter esporádico reunidos para acciones puntuales (grupos como Sancho y Zubizarreta se encargaron de liberar a libertarios de Zaragoza). Petróleo, otro de los grupos formados en la columna comandada por Antonio Ortiz, contó entre sus tres decenas de guerrilleros a una fémina, Carmen Crespo, la Francesa[1].

   Finalmente la República logró unificar a las diversas unidades guerrilleras, primero a través del “Batallón de Guerrilleros” (abril de 1937), y posteriormente con la puesta en marcha del XIV Cuerpo de Ejército (febrero de 1938).

   Las misiones del XIV Cuerpo de Ejército fueron expuestas en su orden de creación:

“Tales misiones, que no rebasarán una profundidad de cincuenta kilómetros en territorio enemigo, versarán sobre los siguientes extremos, sin que nunca puedan ser empleadas las Unidades de Guerrilleros por los mandos de Gran Unidad en sus frentes como tropas regulares:

  1. Interrumpir la circulación ferroviaria en la retaguardia enemiga, mediante voladuras de trenes, puentes, túneles, carriles, etc.
  2. Interrumpir la circulación en las carreteras y caminos de la retaguardia enemiga por medio de voladuras de automóviles y puentes.
  3. Destrucción de objetivos militares y aniquilamientos de las guardias enemigas.
  4. Interrupción de las comunicaciones en la retaguardia enemiga (teléfono, telégrafo).
  5. Recoger toda clase de información en la zona rebelde[2].

      El trabajo de Blasco y Cabrera se basa, en buena parte, en miles de informes del Ejército Popular de la República custodiados en el CDMH de Salamanca que eran hasta ahora prácticamente desconocidos. El Bajo Aragón figura en alguno de los documentos, como el que detalla que varias unidades guerrilleras actuaron o estuvieron muy cerca de hacerlo: en julio de 1938 solo la negativa del mayor Mora (16 División) impidió el cruce del río “entre Fayón y Mequinenza al principio de la Batalla del Ebro, a pesar de llevar los dos capitanes responsables sendas autorizaciones del Ministerio firmadas por Vicente Rojo, que les autorizaba para estos trabajos especiales”. También en el marco de la misma batalla se planeó colocar explosivos en “zonas periféricas de Caspe-Fayón-Mequinenza”.

    Dos meses antes se había dispuesto que algunas secciones de las brigadas 157, 234, 235 y 236 cruzasen las líneas enemigas para tratar de promover una insurrección en Caspe y otras áreas de Castellón, Lérida y Huesca, “aunque no hay datos de que llegara a realizarse nada concreto”.

   Como hemos visto, los aeródromos y vías férreas eran objetivo prioritario para los guerrilleros republicanos. Y el de Caspe no fue una excepción. En agosto se planeó atacar un aeródromo “en la zona de Caspe” y para ello fue reunido un grupo de 90 guerrilleros de las brigadas 234, 237, 238. Posteriormente, estas brigadas junto a varios integrantes de la 240 “harán incursiones más fructificas por la zona de Fayón, Bot y Caspe”. El día 13 de agosto una de aquellas unidades guerrilleras se infiltraba en territorio nacionalista con órdenes de sabotear la vía férrea en el término de Nonaspe. Entre tanto, un numeroso grupo de 120 guerrilleros se prepara para atacar el aeródromo caspolino[3].

   La historia de los aeródromos de Caspe está bien documentada gracias a por José Manuel Guiu en su obra El Verano de los Halcones. Guiu detalla numerosas operaciones aéreas de aparatos rebeldes salidos desde el aeródromo de Caspe durante la Batalla del Ebro[4]. Pero ni este autor ni las fuentes orales consultadas recuerdan nada al respecto de esa acción de sabotaje. Lo más probable es que las dos tentativas de atentar contra el aeródromo de Valdeforcas, ocupado entonces por cazas italianos, nunca se llevaran a cabo, por mucho que las acciones hubieran sido planificadas a conciencia y respondieran a objetivos bien definidos:

Los guerrilleros actuaban en grupos de cuatro o cinco, siempre de noche, preparando el terreno para el resto de la unidad, que tenía la función de hacer incursiones en territorio franquista para hacer creer a los nacionales que se preparaba una ofensiva hacia Aragón y desviar, así, la atención puesta en la Batalla del Ebro. La colocación de explosivos al pie de arcos de los puentes o en las vías del tren era alguna de sus cartas de presentación. Al frente de esta División había un comandante checo (…)[5].

En realidad, el comandante no era checo, sino croata: Lijubomir Ilíc fue el jefe de la 76 División que integraba las unidades que actuaron en la zona. Ilíc, quien estudiaba arquitectura al inicio de la Guerra Civil, no abandonaría la lucha clandestina después de 1939, como veremos.

 El final de la Guerra Civil arrastró a los guerrilleros republicanos hacia destinos tortuosos. La gran mayoría consiguió ocultarse, buscar la seguridad del anonimato, tratando de convertirse en meros soldados. Los menos afortunados fueron descubiertos. Pero otros consiguieron cruzar la frontera y continuaron la lucha al otro lado de los Pirineos. Incluso los hubo que traspasaron de nuevo la línea fronteriza como miembros de la guerrilla antifranquista, aunque el final de muchos de ellos fue tan catastrófico como el de la República a la que defendieron. Cristino García Granda, combatiente en la 237 Brigada guerrillera durante la guerra, fue uno de los pocos afamados; en Francia, por planear acciones como la emboscada de la Madeleine (Gard), se convirtió en héroe de la Resistànce, lo que no le impidió acabar su vida delante de un pelotón de fusilamiento franquista en 1946 cuando fue capturado actuando como pistolero del PCE. Un final totalmente distinto fue el del croata Ilíc, el responsable de las guerrillas que actuaron en nuestra zona durante la Guerra Civil: miembro destacado de la Resistencia francesa a través del MOI, logró evadirse gracias a la red creada por un antiguo consejero del Consejo de Aragón, Francisco Ponzán. Una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial, pasó a formar parte del Cuerpo Diplomático yugoslavo, embajador de su país en distintos estados, y representante en la ONU.

Notas:

[1] J.M Márquez y J.J. Gallardo, Ortiz, General sin Dios ni amo, Hacer, 1999, pp. 124-126.

[2] Francisco Cabrera y Domingo Blasco, El Frente Invisible, Guerrilleros republicanos 1936-1939. De los “Niños de la Noche” al XIV Cuerpo, Silente, 2013. Los entrecomillados, en este orden, provienen de las páginas 175, 172, 248, 244-245 y 250-251.

[3] Respecto al proyectado ataque sobre la vía en Nonaspe consultamos al experto local Mario Rius, (autor de numerosas entrevistas sobre el periodo de la Guerra Civil en su localidad) y no tiene constancia de que la acción llegara a perpetrarse.

[4] Sobre el aeródromo de Caspe y la participación de los cazas con base en Caspe durante la Batalla del Ebro ver J.M Guiu, El Verano de los Halcones, pp. 173-189.

[5] Testimonio del guerrillero Miguel Flamarich, encuadrado en la brigada 240 (El Frente Invisible, p. 251).

Publicado en El Agitador el 22-9-2016

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