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Patricio Magallón: «Le pusimos un sombrero al muerto y lo dejamos en el taxi. El médico se fue a festejar y yo al cine»

Publicado en El Agitador el 22-11-2013

Patricio Magallón necesita pocas presentaciones. Pequeño de estatura y grande de corazón, es una de esas personas a las que todo el mundo conoce y aprecia en Caspe. Ya no se le ve por la calle porque el reloj biológico no perdona; sale de casa muy poco y se ha visto obligado sustituir los interminables viajes por carreteras de toda la geografía, por los pequeños paseos dentro del parque situado bajo su casa. Pero todavía conserva muy bien la caja de sus recuerdos y, sobre todo, su gran sentido del humor. Él y su esposa, Pilarín, nos abren las puertas de su casa durante una tarde de otoño. 

Patricio, situémonos. Llevas la mayor parte de tu vida en Caspe aunque,  en realidad, no eres de aquí.

No, desciendo de Maella. Nací en 1928. Mi padre tenía el Casino de Maella después de la guerra hasta que se fué a Caspe. Creo que era el año 1949.

Y muy pronto te hiciste chófer.

Sí, cuando me fui a la mili ya tenía el carné. ¡Tengo el carné de conducir más antiguo de Caspe! Estuve de chófer con mi padre, que tuvo un taxi. Luego, en 1951, me puse a trabajar con Pepe Fontoba, de chófer. Fontoba tenía dos taxis y un autobús, la famosa “rubia”, de 18 plazas.

Así que llevabas el taxi y el autobús.

Sí, y cuando no había faena a trabajar en el taller. Me saqué también el carné de primera y el especial.

¿Cómo eran entonces los exámenes para sacarse el carné? Supongo que menos complicados que ahora.

Sí, claro. Entonces la práctica y la teórica eran otra cosa. Conducías cinco minutos aquí, en Caspe y luego el examinador, Joaquín Bel, “Calistro” te preguntaba algunas de las partes del coche y si te las sabías, aprobado. A algunos todavía les complicaron menos. A Zampabollos le preguntaron qué significaba la luz roja del semáforo, y él respondió: “Parar, parar, muchísimo peligro”. Y le aprobaron.

Los viajes en autobús entonces serían una odisea.

Imagínate. Con la “rubia” [así llamaban cariñosamente al autobús] estaba más arriba que abajo, arreglando averías a mitad de camino. Mira, ya verás, te voy a contar una. Un fin de semana sin otro llevábamos al Caspe a jugar donde les tocaba. Me acuerdo de algunos jugadores como Florencio Repollés, Fandos, el Clavijo, Javier…Bien, pues una vez, fuimos a Mequinenza a jugar. Entonces todavía no habían hecho el puente y se cruzaba el río en pontón. Cuando llegabas a la orilla, había un escalón y allí se nos quedó el depósito de gasolina. No nos dimos cuenta y nos pusimos a subir el puerto hasta que, a mitad de la cuesta, cuando se acabó la gasolina del carburador «la rubia» se paró. Así que hala, entre todos le dimos la vuelta y para abajo. Cuando llegamos al río vimos que el depósito de gasolina se había quedado allí. Así que lo pusimos y para casa, sin más.

Patricio, en uno de sus primeros vehículos, junto a tres chicas

Los pasajeros eran como de la familia…

Buenooo. Espera, ya verás. Resulta que «la rubia» se calentaba mucho y, de vez en cuando, teníamos que refrigerar el radiador con agua…pero cuando se acababa, pues había que mearse encima. Me acuerdo de más de un día en el que hice mear a toda la plantilla del Caspe encima del radiador.

Una época en la que los autobuses no se veían mucho, claro.

En toda la zona había unos dos o tres como mucho. No hacíamos muchos viajes aparte de los del Caspe. Bueno, también me acuerdo de hacer viajes para ver las obras del Pantano de Santa Olea.

Viajes por carreteras que tienen poco que ver con las de ahora. Ni eso ni los coches. 

Las carreteras eran de grava. ¡Vaya montón de polvo que se hacía! Asfalto había en la nacional de Gandesa y en pocas más. Viajar era muy lento, unas 10 u 11 horas ir a Barcelona, por ejemplo. Y eso si no tenías averías, que era bastante normal. Teníamos un par de coches, Chrysler y un «Bullys» que había que encender con manivela. Había veces que los tirábamos, empujando, pero llegabas hasta el Tinte Royo y todavía no se había encendido. Y luego las luces, ¡no se veía nada con aquellos faros!

Coches había muy pocos por aquel entonces, ¿no?

Los nuestros y poco más. En tiempos, de particulares, solo había dos, el de Vicente Gracia y el de Miguel Morales. Luego fueron llegando más.

Y fuiste uno de los primeros miembros de la cofradía de San Cristóbal.

Bueno, sí, pero antes que yo estaban otros: Paco Blasco, Arturo Latorre, Miguel Morales, Benigno Campos, y Vicente Gracia, el presidente. De un poco después el Blanco, Claudio Perdiguero…

Tienes el Volante de Oro, claro.

Sí, el segundo o el tercero. Lo que sí te digo es que ahora mismo soy el socio más viejo.

Diecisiete de marzo de 1952. Patricio, a la izquierda de la imagen, junto a varios asistentes al acto de deslinde de Valdurrios

Me han contado algo de un viaje en autobús con una carga muy especial que perdisteis por el camino…

Calla, calla. Un día, a las tres de la mañana, me llaman a casa. Había que hacer un servicio. Tenía que llevar a la Guardia Civil, que entonces no tenían coche, a Fonté. Yo no sabía nada de porqué íbamos a esas horas, hasta que por el camino me fui enterando. Resulta que habían encontrado a un hombre muerto en una torre, cerca de los baños de Fonté. Cuando llegamos allí los guardias lo pusieron encima de un cañizo y entre todos lo subimos a la vaca del autobús, que era el portaequipajes. Y volvimos dirección Caspe por Chiprana, pasando por debajo del túnel de la vía. Cuando llegamos al Cementerio de Caspe subieron los guardias a por el muerto. Pero resulta que no estaba. ¡Lo habíamos perdido por el camino! Así que dimos media vuelta, a buscarlo. Y apareció en la estación de Chiprana, tirado en la carretera, junto a la boca del túnel. Se había caído pasando el túnel porque la altura iba muy justa. Lo pusimos otra vez en la vaca, y para el cementerio otra vez.

Si no estaba muerto lo acabasteis de matar…

No, que ya estaba bien muerto [se ríe] el pobre hombre, por lo visto llevaba tieso tres o cuatro días.

Y, ¿qué tal con el taxi? Seguro que tienes alguna otra que contar…

Imagínate. Taxista 24 horas y en aquellos tiempos…Pero no era mal trabajo. Muchos viajes los hacíamos desde aquí mismo, desde la estación. Llevábamos a gente a Maella, a Calanda, a Alcañiz… donde te decían. Y también de taxista me tocó llevar a la Guardia Civil. Me acuerdo de una vez, cuando aún era taxista con mi padre, cuando aún no tenía el carné, que dos guardias vinieron a buscar el coche. Mi padre les dijo que si se llevaban el coche que mejor e llevaran también al chófer. Y dijeron que bien. Era febrero. Parece ser que estaban buscando a unos maquis, y el caso es que me tocó llevar a Enrique Ferrer, el capitán de la Guardia Civil de Caspe, junto a otros dos guardias hasta Calaceite y por ahí. Yo me quedaba en el coche mientras ellos bajaban y daban vueltas. Me dieron una pistola y todo, por si aparecían los maquis. Luego, ese mismo día, volvimos a Caspe. En Chiprana era San Blas y nosotros llevábamos a gente a las fiestas. ¡Tres pesetas nos pagaba cada pasajero! Entonces la Guardia Civil me para y me dice que no puedo conducir. Es verdad que no tenía el carné, pero para llevarlos de patrulla no les había importado…menos mal que intervino el capitán y dijo que bueno, que por un día, me dejaba estar, pero que me sacara el permiso.

Y, ¿qué hay de un famoso viaje a Zaragoza y un muerto…?

¡Vaya, te lo han contado todo!

Je, je. No, solo por encima. Cuenta, cuenta….

Resulta que me llamaron para hacer un servicio de un señor que se había puesto enfermo en Maella. Hubo que ir a buscarlo y llevarlo a Zaragoza. En el viaje venía también el médico. Estaba muy pachucho y justo entrando, por el Puente de Piedra, va y se muere. Llegamos hasta San Juan de Dios y los médicos le dijeron al que venía conmigo que si lo ingresaban, había que hacer un montón de papeleo; así que le sugirieron que mejor nos dábamos la vuelta y como si no hubiéramos llegado a Zaragoza. Y eso hicimos. Pero cuando llegábamos al paseo Independencia, el médico que venía conmigo, que era un chico joven, va y me dice:

Mira, Patricio. Este ya no tiene solución y yo tengo aquí la novia. Me gustaría ir a verla, así que te quedas en el coche y me esperas.

Pero yo le dije que ¡tururú!, que si él se iba a festejar, yo me iba al cine. Aparcamos el coche en la plaza de España, en batería, en la puerta de Las Vegas. Le pusimos un sombrero al muerto y lo dejamos en el taxi. El médico se fue a festejar y yo me fui al cine. A la salida, mientras me acercaba, me decía a mí mismo “si veo gente alrededor del coche, no voy”. Pero nadie se dio cuenta y no pasó nada. ¡Y eso que era en pleno centro de Zaragoza! Así que cogimos el montante y cara Maella.

Cuando dejo de reírme (es difícil no reírse con la gracia que cuenta esta historia Patricio), continuamos con la entrevista.

Luego vino tu etapa como camionero.

Sí, una de las primeras faenas fue con las obras de la Colomina, llevando grava, cemento…lo que me echaban. Hasta que al final me compré un camión. Para entonces ya habían nacido mis hijas. Era un Cervy, de tres ejes. Luego tuve dos camiones “300 turbo” y después un trailer. Tuve contratado a un chófer, de camionero, un tal Pedro, ¿te suena?

Sí, algo sé [se refiere a mi suegro].

Finales de la década de los 80. Patricio Magallón junto a varios de sus nietos, durante la tradicional bendición de vehículos de las Fiestas de San Cristobal

Y, ¿te ha contado lo del día que se echó a dormir en Barcelona, se dejó los pantalones encima del capó y se los robaron?

Sí, sí, me sé la historia, jajaja.

Y así hasta tu jubilación.

En 1991 dejé el volante, profesionalmente, quiero decir, porque conducir he conducido hasta hace cuatro días.  Y ahora ya me ves, ¡quién me ha visto y quién me ve! Yo que no paraba nunca de ir para aquí y para allá, y ahora dependiendo de los demás para que me lleven y me traigan.

Ley de vida, Patricio. 

Ya lo ves, hijo mío. ¡Nueve pastillas que me arreó todos los días! Y salir, no salgo de casa casi nada. Y no me quejo, que mis hijos me llevan todos los domingos a casa de uno o de otro a comer.

Te darán bien de comer, supongo. ¿O te ponen verdura y pescado a la plancha!

No, ¡joder, eso no! Que por lo menos no tengo colesterol ni azúcar ni nada.

Y así, entre risas,  se acaba la hora larga que hemos pasado Pilarín, Patricio, y un servidor. Han quedado muchas anécdotas en el tintero, como aquellos viajes llevando a la corporación municipal hacia el monte de Valdurrios durante los trámites que por fin solucionaron el largo conflicto por el monte entre Caspe y Fraga. O como aquella vez en la que trabajando por Andalucía, se rompió un tobillo y se lastimó seriamente el otro, lo que no le impidió plantarse en Caspe ayudándose de un palo para embragar. En fin, que Patricio Magallón tendría para contarnos kilómetros y kilómetros de historias.

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