Esta semana, en la que despedimos octubre y recibimos noviembre, nuestro recorrido por el término municipal va a ser temático. Se aproxima la Noche de Todos los Santos y veinticuatro horas más tarde llegará la Noche de las Ánimas que se celebra de forma especial en varios lugares de Aragón. La pandemia lo ha eclipsado todo, pero no ha sido capaz de hacernos olvidar que durante estos días (y siendo sinceros, cada vez con más fuerza debido al influjo de Halloween) miramos hacia el otro mundo y nos acordamos, por un lado, de los que ya no están, y por otro, de las historias que nos contaban de niños sobre seres del más allá.
El objetivo es acercarnos hasta los rincones del término de Caspe con topónimos relacionados con la brujería, y para ello nos desplazamos hasta dos puntos. El primero, el llamado Barranco de las Brujas, está situado en la carretera que enlaza Caspe con Miraflores y Zaragozeta. Kilómetros al norte de allí, a caballo entre Peñalba y Caspe, se localizan las ruinas del conocido como Mas de las Brujas. El catálogo de los mases de Valdurrios relacionados con la brujería se amplía según otras fuentes: los de Peñalba nombran como “de las Brujas” a otro mas del barranco del Espartal, y por otro lado en los mapas del Instituto Geográfico Nacional se cita un tercer Mas de las Brujas muy cerca de este último. Por si fuera poco, algo más al norte se halla el barranco de Matadiablos. Si dejásemos volar la imaginación podríamos concluir que el norte de Valdurrios es una zona encantada, frecuentada por las brujas caspolinas, aquellas que durante sus exorcismos “mataban diablos”. O que el Barranco de las Brujas, como parecen mostrar las fotos de José, es una zona hechizada.
Estos mitos locales suelen tener su origen en la invención de unos y la credulidad de otros. O quizá en la exageración y deformación del relato como primer paso hacia lo legendario. Pero claro, hablar en Caspe de brujas supera con creces la ficción: ya en el siglo XVI el Concejo de la Villa decía que “de luengos [largos] tiempos hasta ahora y presente, se haya tenido y tenga por muy cierto, que en la presente villa de Caspe y términos de aquella, haya houido [habido] y de presente haya broxas maleficas, benéficas, homicidas, nigromantes y encantadoras y apedreaderas y dilapideras”. Todavía a comienzos del siglo XX, un grupo de mujeres de nuestra localidad a las que podríamos denominar “brujas blancas” acudían año tras año al Santuario de la Balma (Castellón) para practicar, supuestamente, exorcismos, tal y como puede leerse en el libro de Alardo Prats «Tres días con los endemoniados». ¿Puede rastrearse la huella de estas brujas en el término municipal? ¿Hay, pues, una base “verídica” en todo esto? Responder a esas dos cuestiones ha sido nuestro propósito.
En el barranco de las Brujas, a unos 300 metros de la carretera de Zaragoceta, todavía pueden verse dos hendiduras muy singulares en una piedra, tal y como puede verse en la imagen adjunta. Domingo Albiac asegura que, antaño, las gentes de la huerta creían que aquellas dos oquedades en la piedra eran sendos ganchos donde las brujas colgaban sus candiles. El relato tuvo tanto éxito que, cuando los viajes entre Caspe y la huerta todavía se efectuaban sin vehículos a motor, los viandantes evitaban pasar por ese barranco, sobre todo al anochecer.
En cuanto al mas o mases de las Brujas en Valdurrios junto al barranco de Matadiablos, la explicación de tal profusión maléfica podría tener que ver con el Beleño Negro. Néstor Fontoba me cuenta que solo en ese punto del término municipal puede encontrarse esta planta caracterizada por sus potentes cualidades alucinógenas. En la obra «Historia General de las Drogas» puede leerse que las supuestas brujas se aplicaban en la entrepierna, ayudadas por el palo de una escoba, un ungüento del que formaba parte el Beleño Negro. Esta poción les producía tales orgasmos y alucinaciones que “volaban”. Se suministraba también bebido para ritos iniciáticos, logrando efectos alucinógenos. ¿Sabían de sus propiedades algunas caspolinas de antaño y acudían a Valdurrios para disfrutar de tales placeres?
No sabemos, y probablemente ya nunca sepamos, si son solo historias ideadas al calor del fuego o realmente estos lugares reciben sus nombres a raíz de los “aquelarres” o reuniones de mujeres que se celebraron en ellos. Sin embargo, disfrutamos con el recuerdo de estas leyendas locales tan singulares y misteriosas.
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Además de a José Fillola, autor de las fotos del Barranco de las Brujas, agradezco su colaboración a los informadores Miguel Gracia, Domingo y Agustín Fillola, Alberto Serrano, Felipe Vicente, Néstor Fontoba y Domingo Albiac.