En 1640, poco después de que las tropas realistas fueran derrotadas en la Batalla de Montjuit, los primeros síntomas de la guerra llegaban a Caspe. Tal y como puede leerse en un memorial de la época (Solano, 1981: 14), las tropas reales que se dirigían hacia Tortosa, recalaron en Caspe:
“La Cavalleria que governo el Duque de San Jorge para la entrada en Cataluña estuvo en esta villa mas de quatro meses siendo mil vavallos, Y faltandoles el socorro le solicito la villa con varios medios (…) también tuvo cuartel allí la cavalleria de Felincher, muchas compañias de las Ordenes, el tercio del Conde Duque y otras tropas”.
En 1641 caían Monzón y Lérida. La guerra se aproximaba. No en vano, el control de la zona por las tropas coaligadas era notable, por lo que la preocupación sumía a los concejos de Fabara, Nonaspe, Calaceite, Alcañiz, Mazaleón o Caspe; un síndico caspolino se dirigió a la Diputación informando de la cercanía de las tropas enemigas, asegurando que la villa de Caspe “esta amenazada de monsur La Motta [Le Móthe] de darle asalto” (Solano, 1981: 16).
En los primeros días de julio de ese mismo año el ejército de ocupación trataba de conquistar Fraga, la única pieza que le faltaba en el tablero del Cinca oriental. Y fue entonces cuando Caspe se convirtió en referencia logística para las tropas de Felipe IV, siendo necesarios los servicios de varias decenas de hombres para la custodia de los arsenales que acabarían alojados tras los muros de un histórico edificio, el Castillo del Compromiso. Fue también necesario alojar a los soldados y mantenerlos. Todo empeoró unos meses después, cuando el intento de recuperar Lérida acababó en desastre (7 de octubre). Buena parte de las tropas en retirada recalaron en Caspe “tocando a cuatro soldados y caballos a la casa más pobre. En estas ocasiones los vecinos ofrecieron cuanto tenían para su alimento y socorro, malograron sus cosechas, sufrieron mil vejaciones y otros trabajos” (Valimaña, 1988: 124).
En 1643 los ejércitos de Felipe IV intentaban, con escaso éxito, recuperar Flix y Miravet. Caspe volvió a contribuir con una compañía al mando del capitán Antonio de la Torre, el justicia de la villa, mientras un buen número de soldados continuaban hospedándose en la población y causando no poco perjuicio a los caspolinos.
En mayo de 1643 las tropas franco-catalanas estuvieron más cerca que nunca. Pasaron por Maella (sin tomar su castillo) y de dirigieron hacia Caspe, donde sin dilación “se hicieron algunas fortificaciones en la Villa; por orden del General se arrasó para Fajina una campiña de morales, olivos y otros árboles utilísimos, cuya pérdida se computó en cinco mil escudos” (Valimaña, 1988: 125). Pero finalmente, a pesar de estar todo dispuesto, la batalla no se libró.
Coincidiendo con el final de la guerra un nuevo brote de peste (todavía se recordaba el de 1632) azotó Caspe en el año 1651. El día 8 de agosto la ciudad de Zaragoza prohibía la estancia a varios caspolinos recién llegados, a los que se les obligó a abandonar la ciudad en un plazo de dos horas (Solano, 1981: p. 28). En octubre la epidemia ya había quedado atrás, levantándose la cuarentena y reestableciéndose la comunicación con Zaragoza.
Para saber más: Solano Camon, Enrique, “La Unión de Armas y la villa de Caspe (1626-1652)”, Cuadernos de Estudios Caspolinos V, GCC, Caspe, 1981, y Valimaña, Abella, Mariano, Anales de Caspe, GCC, Caspe, 1988.
Publicado en El Agitador, el 25-11-2015