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Historia contemporánea

D.E.P. FRANCISCO LARROY: EL ÚLTIMO HÉROE DE LA BATALLA DE LA MADELEINE

El tiempo, inexorable, había pasado por delante de Francisco Larroy Masueras durante más de nueve décadas. En la mochila del viejo guerrillero se amontonaban innumerables recuerdos corrientes, plácidos en su mayoría. Otros, por el contrario, eran almacenados en su memoria en los rincones de la emoción, del drama, de la euforia. Finalmente, con fecha 11 de abril de 2021 el monegrino ha fallecido a la edad de 96 años.

A finales de enero había recibido la Legión de Honor de Francia, la más alta distinción civil que la República otorga por méritos civiles o militares. Varios medios de comunicación aragoneses -y gracias al empeño de los sariñenenses Gemma Grau y Joaquín Ruiz- se hicieron eco de la distinción. Ahí empiezan y acaban los reconocimientos que Larroy ha recibido en su tierra natal durante su vida.

Entrega de la Legión de Honor a Francisco Larroy

Enlace a la entrevista a Larroy en el programa la Cadiera, de Aragón Radio, en enero de 2021: https://www.cartv.es/aragonnoticias/noticias/fallece-el-aragones-francisco-larroy-heroe-de-la-resistencia-francesa-durante-la-ii-guerra-mundial

Larroy formó parte de la guerrilla antifascista, del maquis francés. Luchó a ambos lados del Pirineo, probó el fracaso y vio morir a amigos bajo las balas enemigas, pero también se codeó con el éxito. Nada sabíamos en Aragón hasta que, en el marco de la investigación que culminó en el libro ¡Viva el Maquis! y gracias al caspolino hijo del exilio Ricardo Ornaque, supe de él. Había combatido junto a seis vecinos de Caspe, uno de Calanda, su hermano Antonio y otros veintitrés españoles en la gesta de la Madeleine, en el Gard francés, el 25 de julio de 1944. Tuve la suerte de entrevistarlo en 2014 e incluso de subir junto a él al castillo de Tornac, el lugar desde el que décadas atrás hostigó a la columna de alemanes. El grupo de treinta y dos españoles pronto conocidos como los héroes de la Madeleine, contando con el apoyo de la aviación aliada, lograron la rendición de la columna. Hoy, la historia, es de sobras conocida: http://amadeobarcelo.es/aragoneses-contra-hitler-la-batalla-de-la-madeleine

Francisco Larroy incluso fue entrevistado por la Sexta en octubre de 2018:

https://www.lasexta.com/programas/sexta-columna/noticias/uno-de-los-heroes-de-la-batalla-de-la-madeleine-recuerda-en-lasexta-columna-como-fue-su-lucha-contra-los-nazis_201810185bc8a9c60cf24f68ba34c146.html

Gracias, Paco. Como tantos otros, te has ido sin que te hayamos agradecido suficientemente lo que hiciste por la libertad. Que la tierra te sea leve.

Paco, a la izquierda. Su hermano, Antonio, a la derecha. Ricardo Ornaque tras ellos.

En su memoria, adjunto las primeras páginas del libro ¡Viva el Maquis! (2015) las cuales narran la primera parte de la entrevista que mantuve con Francisco Larroy:

En la región de Languedoc-Roussillon, a 45 Kms. de Nîmes y a
70 del Mar Mediterráneo, en la villa de Anduze, Ricardo Ornaque
ejerce de anfitrión. David Bonastre es mi cómplice en esta
parte de la investigación y, entusiasmado, ha viajado conmigo desde
España. Nos disponemos a visitar a Paco Laroy. Caminamos por
una callejuela hacia su casa mientras pienso que es una suerte que
Paco, el veterano guerrillero oscense, siga con ganas y memoria para
contarnos detalles sobre unos hechos ocurridos siete décadas atrás a
pesar de la edad que tiene (nacido en julio de 1924, está a punto de
cumplir noventa años). Pero no me siento excesivamente optimista
respecto a su estado mental. Sé bien que no es demasiado habitual
encontrar a personas de edad tan avanzada que se encuentren en su
plenitud. Pero nada más abrirse la puerta compruebo lo mucho que
había minusvalorado a nuestro interlocutor.
Nos invita a pasar y a sentarnos en el salón en el que tiene dispuestas
cuatro sillas frente a una sencilla mesa. Distingo el diploma
de la Résistance colgado en la pared del fondo mientras tomamos
asiento. Paco se coloca frente a mí. Su cabello blanco todavía luce
abundante y su rostro no se muestra demasiado envejecido. Lleva
puestas unas gafas grandes, de las que ya no se llevan. Se conserva
bien. Nadie diría que está a punto de cumplir noventa primaveras.
–¿Por dónde queréis que empiece?– nos pregunta.
–Por el principio.

Los héroes de la Madeleine

“En marzo de 1938, cuando los franquistas atacaron con todo en
Aragón, tuvimos que marcharnos porque mi padre era de izquierdas,
comerciante, pero de izquierdas, y había sido del Comité que se
montó en el pueblo [Sariñena] cuando empezó la guerra. Mis padres,
mi hermano Antonio y yo que tenía entonces 14 años, nos marchamos
andando hasta Lérida. Andábamos por la noche y nos escondíamos
por el día mientras bombardeaban y ametrallaban. Recuerdo
que pasamos por el pueblo de Tremp, camino del valle de Arán. El
último pueblo que recuerdo a este lado de los Pirineos es Les.
“Cuando nos acercábamos a Francia nos asaron de bombardeos
desde aviones y barcos. El barco Cervera tiraba por la noche y
los aviones por el día. Muertos allí había por todos los lados, las
carreteras entre Port Bou y la frontera, esos tres o cuatro kilómetros,
estaban llenas de muertos. Al llegar a la frontera tuvimos que
esperar un día porque estaba cerrada. Conseguimos entrar viendo
cómo muchas de las cosas que llevaba la gente se quedaban en
tierra. Nos partieron en dos filas: en una, en la de mujeres y niños,
mi madre y yo; en la otra, con los hombres que llevarían a los
campos, a mi padre y a mi hermano, a los que llevaron a Barcarès».


“Nos pusieron en un local de mierda, como a todos, y dos días
después nos metieron en un tren de esos que llevaban caballos,
ocho caballos y cuarenta y tantas personas, ponía. Nos pasearon
durante cuatro o cinco días allí dentro, sin bajarnos para mear ni
cagar. Íbamos unos 100 en aquel tren, un viejo que murió, una señora
que dio a luz allí dentro…Cuando bajamos del tren supimos
que nos habían llevado arriba, al noroeste del país. No recuerdo el
nombre de aquel pueblo en el que vivimos en los meses antes de
que nos devolvieran a España, pero al poco repasamos la frontera
y nos instalamos cerca de Figueras, donde estuvimos muy pocos
días. Era a principios de 1939, Barcelona ya había caído y las tropas
de Franco subían muy deprisa. Así que otra vez la mochila,
otra vez para Francia».


“Poco después, junto a mi madre y unos 100 españoles más, fuimos
a parar aquí, al Gard. Nos instalaron en varios pueblos de la
zona como Saint-Hippolyte-du-Fort, Monoblet, o Anduze. Siete u
ocho meses después el ayuntamiento me encontró un contrato de
trabajo, aunque yo solo tenía 16 años. Fui a trabajar a un pueblo de aquí cerca, de agricultor, estuve así unos meses, pero poco después
los alemanes y la milicia ya nos buscaban. Y tocó esconderse,
siempre escondido, porque nos buscaban, porque éramos españoles,
porque mi padre era republicano, porque éramos los rojos.
“A finales de 1940 nos pudimos reunir, pues conseguí un contrato
de trabajo para mi hermano y mi padre. Nos dedicamos a la agricultura
y a cortar leña, siempre escondidos, siempre vigilando que
no vinieran los alemanes y los maricones esos de la milicia [fuerza
paramilitar francesa en apoyo de los alemanes], que eran peores
que los nazis. Cuando oíamos algún ruido ya estábamos amagaos».


“Así siguieron las cosas hasta que en 1942, alguien de la Resistencia
de Tornac se puso en contacto con nosotros. No recuerdo
cómo se llamaba, aunque tampoco es importante, porque solo era
uno más. Había muchos hombres que por la comarca se dedicaban
a reclutar guerrilleros. Al principio todavía trabajábamos a la
vez que estábamos en la Resistencia, y un par de días a la semana,
me subía al monte, con los maquis. Pero cuando los alemanes
ocuparon toda la zona nos echamos definitivamente al monte. Los
alemanes eran bastantes, en muchos pueblos había destacamentos
de 100 y hasta 150 hombres. Nosotros dormíamos en casas viejas
o en pueblos donde no había destacamentos alemanes. Hacíamos
instrucción con un oficial de la guerra de España. Pronto ya éramos
unos cuantos. Nos habíamos convertido en hombres de las
FTP [Francotiradores y partisanos], maquis comunistas.
“A comienzos de 1943 se produce nuestro bautismo de fuego en
Saint-Hippolyte; poco después luchamos en Aire de Côte, donde
perdimos a varios compañeros. En aquellos días faltaban armas.
Éramos 50 o 60 y había 4 fusiles. Luchábamos con lo que teníamos
o lo que cogíamos a los alemanes cuando había un combate.
Todos éramos españoles menos uno. Todos proveníamos
de Saint-Hippolyte o Monoblet. Cortábamos leña, teníamos oveja para comer. Allí estuve con uno de Calanda, Martín Vidal, y otro
de Caspe, Vicente Rufau».


“En el tiempo que estuve en el maquis me cogieron dos veces,
una, en 1941, cuando rompí el contrato de trabajo, y había un
cabrón que denunciaba a todos los españoles. A nosotros nos cogieron los gendarmes, a las cuatro de la mañana, en casa. Nos
llevaron a Miramas y nos metieron en una escuela, unos quince
días, porque parece ser que no estábamos bastantes para llenar
un tren. Una mañana nos dicen que se nos llevan, pero que saben si nos llevan a Alemania o a donde… No sabíamos si nos
llevaban al Mediterráneo a hacer casamatas o a Mauthausen. Mi
hermano, un andaluz y yo nos escapamos, pero en la estación
de Nîmes nos volvieron a coger. Nos llevaron a una escuela en
Nîmes, cerca de la estación, y nos pegaron una buena paliza, nos
dejaron medio muertos. Dos días después, no podíamos aún ni
andar. Y nos llevaron a la intendencia de los alemanes donde
había unos muros de siete metros. Pero en el primer bombardeo
de Nîmes cayeron allí varios proyectiles. ¡Los alemanes tenían más
miedo! Las bombas caían por todo… y le dije a mi hermano: ¡Nos
vamos!, y saltamos… porque allí los que nos vigilaban eran soldados
que venían heridos, a los que les faltaba una mano, un ojo.
El caso es que nos fuimos a pie y llegamos aquí, a Tornac, andando
cuarenta kilómetros, toda una noche. Pero por el camino nos
vieron unos gendarmes que iban con bicicleta. ¡Alto!, nos dijeron,
y pensé ¡ya estamos otra vez jodidos! Pero les dijimos que nos
habíamos escapado porque nos llevaban a matar. Y nos dejaron
marchar. Ya empezaba la cosa a cambiar. Nos dieron indicaciones
de por dónde teníamos que huir, “id por aquí”. Luego a esos dos
los vi en el maquis».


“Después, en agosto de 1944 las cosas se habían arreglado mucho.
Ya teníamos armas que nos parachutaban, una ametralladora
gorda, varias ligeras, fusiles ametralladores… Mis padres se habían
instalado en Tornac. Y nos bajamos a verlos, armados. Llevábamos
pistola, granadas, que alguna siempre llevábamos en el bolsillo,
y un “cacharrico” por si te apresaban [se refiere a una pastilla de
cianuro]. Por las noches dábamos golpes a la vía, a los postes eléctricos.
Bajábamos del maquis dos o tres veces por semana. Otros
dos caspolinos, Miguel y Elías Piquer, estaban en Monoblet. Vivían
allí con su madre y su hermana. A ellos los conocí solo unos días
antes de La Madeleine porque estaban en un maquis diferente.
“Y después todo pasó muy deprisa. No hicimos más lo que teníamos
que hacer. Pero nos convertimos en héroes”.

De izquierda a derecha, David Bonastre, Paco Larroy y Amadeo Barceló. Al fondo, el castillo de Tornac.

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