En pleno romanticismo, donde no había nada más allá de romeros y olivos, se proyectó un lugar para que cualquiera pudiera tomar las balsámicas aguas que manaban junto a la vega del Regallo. Hoy corren sin que apenas nadie las aproveche, pero durante siglos las aguas de Fonté fueron tan apreciadas que un emprendedor del siglo XIX invirtió su fortuna en levantar un magnífico edificio residencial.
El mejor modo de acercarnos hasta la historia de Fonté es leer lo que escribieron al respecto Antonio Barceló y Alberto Serrano, autores de una notable recopilación de datos como prólogo a la edición digital del libro Monografía de la Ciudad de Caspe y de sus Baños de Fonté (Sebastián Vellila e Insa). Barceló y Serrano aseguran que ya durante la Guerra de Independencia soldados franceses mejoraron su estado de salud tras tomar las aguas. Así que es muy probable que mucho antes de la llegada de los franceses, los bajoaragoneses ya conocieran las propiedades medicinales de Fonté: cabe recordar que el manantial se sitúa en una zona fuertemente poblada desde hace más de 2.000 años, durante el Bronce Final y las épocas íbera y romana.
Pero volvamos al siglo XIX. En pleno reinado de Isabel II, el potentado caspolino Joaquín Barberán, quizá contagiado por las modas de aquel tiempo (época de auge de los balnearios) se propuso construir en Fonté unas modernas termas. En 1861 llegó el reconocimiento legal para el proyecto y un año más tarde la inauguración: los baños y la mitad del edificio residencial -50 habitaciones- fueron edificados gracias a las 100.000 pesetas aportadas por Barberán.
Aunque el gran inmueble no fue acabado en su totalidad, estaba previsto rematarlo en un corto plazo de tiempo. Una vez terminado ofrecería 200 plazas. Y como todavía puede comprobarse, en la construcción del edificio no se escatimó: buena piedra sillar, rejas de fundición para los balcones junto a aleros y otros detalles dignos de un edificio señorial que aún hoy puede verse desde kilómetros a la redonda. Unos metros más abajo, en el lugar por el que manaba el agua prodigiosa, se levantó un edificio en el que se instalaron las grandes bañeras aún recordadas: al menos cuatro enormes pilas que, tras la ampliación llevada a cabo en el inmueble, fueron colocadas en el piso superior.
El entusiasmo y la profesionalidad se dieron cita durante aquellos primeros años: Joaquín Barberán y Barberán, empresario que convirtió el proyecto en realidad, contrató como director médico del balneario a Sebastián Vellilla e Insa, licenciado en medicina y cirugía.[1]
Pero, ¿Qué dolencias concretas podían remediarse tomando el líquido elemento de Fonté? Inapetencias, dolores de estómago, afecciones sifilíticas y problemas de piel, eran los principales problemas de salud que con las aguas se combatían. Tomó fama “la novena”, terapia consistente en nueve días de baños que, en opinión de Velilla Insa, se quedaban cortos, pues “cuando el remedido empezaba a desplegar su enérgica acción”, los bañistas abandonaban las instalaciones. Otra interpretación que ha llegado hasta nosotros a través de la tradición oral afirma que era costumbre tomar en ayunas nueve vasos de agua de Fonté. “Tras beberlos, la mayoría de la gente no llegaba a sus habitaciones, tenían que parar a defecar en los bancales, junto al camino”.[2]
Cuesta creer que tras aquellos prometedores inicios el complejo termal entrase en decadencia tan deprisa. Pero lo cierto es que al proyecto le faltó suerte: en 1864, dos años después de cortarse la cinta inaugural, Joaquín Barberán fallecía con tan solo 50 años. Soltero y sin hijos, los herederos nunca tuvieron el empuje del precursor. Por otro lado, es un hecho que el caudal nunca fue suficiente, ni para las aspiraciones de ampliar el balneario por parte del fundador en el siglo XIX, ni para embotellar el agua, lo cual se barajó muchas décadas después. Pero es indudable que la falta de interés tras la muerte de Barberán fue el principal problema. Poco después de que el mecenas falleciera, Fonté cerró por primera vez.
Posteriormente, tras diez años de clausura y abandono, en 1879 entró en escena una nueva dirección que auspició ciertas obras de reforma. Al mismo tiempo, impulsaron campañas publicitarias en la prensa zaragozana aludiendo a la “comodidad y buen servicio” que no podían encontrarse “en establecimiento alguno de igual clase”. El entorno del edificio principal, hoy muy deteriorado y alterado por la presencia de una línea de alta tensión, era bien distinto a lo que hoy vemos. Así describía el conjunto Mariano Viejo en la memoria de 1879:
“Su situación no puede ser ni más higiénica ni más pintoresca, todos los departamentos tienen buena ventilación, luz y capacidad, no son húmedos por estar situado el establecimiento en una meseta elevada dominando la vega del Regallo (…) está rodeado con jardines con glorietas y asientos de piedra (…)”.
A pesar de lo dicho, Mariano Viejo y Bacho, nuevo director médico, se lamentaba de las malas condiciones del edificio de los baños y de la escasez del mobiliario en la residencia.
Con el paso del tiempo, la situación no mejoró y los herederos de Barberán decidieron poner en venta las instalaciones en 1885. Ocho años después llegaba el ferrocarril, posibilitando que miles de usuarios de Zaragoza, Barcelona o Madrid, bajasen del tren muy cerca de Fonté, en la estación de Chiprana. Podría presagiarse que el tren revitalizaría el Balneario, pero Fonté continuó languideciendo. En el primer tramo del nuevo siglo[3] el cronista Sancho Bonal escribía: “Lástima da que, poseyendo estas tan variadas y múltiples virtudes medicinales, no se exploten convenientemente”[4]. Una década más tarde, otro cronista local, Luis Doñelfa, anotaba que Fonté se encontraba “en completo abandono y lamentable estado”.[5]
Siguiendo el testimonio de José Ballabriga, todavía durante la Guerra Civil las propiedades de las aguas de Fonté eran bien conocidas. Según contaban sus abuelos, pasaron por el lugar tanto Durruti como Dolores Ibárruri, la Pasionaria, buscando remedio a sus problemas de salud. «Durruti se dejaba ver en pelota picada, leyendo el periódico mientras paseaba junto al edificio de las aguas. La Pasionaria también estuvo aquí, comiendo en casa de mis abuelos», asegura.
Después de la guerra varias familias poblaron los alrededores del sanatorio. Incluso hubo colegio en la cercana Estación de Chiprana. Sin embargo, las instalaciones del Balneario nunca volvieron a reabrirse. Por si fuera poco, la nueva agricultura perturbó el recorrido del agua y vició su composición. El manantial del edificio de las termas se secó.
A pesar de todo, el agua de Fonté, empeñada en seguir sanando a quienes creyeran en ella, encontró un nuevo camino y, a finales del siglo XX, seguía siendo costumbre ir a llenar garrafas del remedio de Fonté para tratar las enfermedades de la piel. Aunque con dificultad, tras abrirse paso entre la maleza, todavía es posible acceder hasta el punto por el que mana el agua.
Unos metros más arriba, el esqueleto del solemne edificio residencial impide afirmar que, el Balneario de Fonté, fue solo un sueño.
[1] Sebastián Velilla e Insa era cuñado del afamado botánico Francisco Loscos.
[2] Testimonio de José Ballabriga.
[3] En 1902, el Balneario pertenecía a tres familias: Cortés, Gros y Morales.
[4] Leonardo Sancho Bonal, «Bosquejo histórico-geográfico de Caspe», Cuadernos de Estudios Caspolinos 12, GCC, 1986, p. 36.
[5] Luis Doñelfa Salvador, “Anales de Caspe” (I), Cuadernos de Estudios Caspolinos 27, CECBAC, 2007, p. 42.
7 respuestas a «El Balneario de Fonté: no digas que fue un sueño»
Mis abuelos, que eran de Chiprana, me llevaban de pequeño a Fonté. A tomar las aguas. Cuando la agricultura modifico el curso del agua de Fonté, mi abuelo me llevaba al punto donde manaba. Cerca de lugar que se conoce como La Cueva del Gallo. Muy cerca pasa el Regalo y allí manaba el agua de Fonté
Gracias por la aportación Joan
Hola Amadeo. Excelente artículo sobrè Fontè. Desde que fui con mis padres a comer a San Marcos con los chipranesc@s, cuando era un zagal, me he pasado por allí cada dos o tres años. Un lugar de ensueño en «el pintoresco valle del Regallo». Muchas gracias por rescatarlo del olvido.
Gracias Javi, a ver cuándo montamos una excursión por esa zona que me sé algún sitio majo. Saludos
Hoy sábado 29 de Junio he bebido agua de fonte otra vez más, hacia años que no paseaba por la zona donde pasó la infancia mi padre junto a sus cuatro hermanos. Mis abuelos junto a sus hijos también fueron una de esas familias que habitaron y trabajaron los campos de fonte.Hoy dando un paseo se me erizaba la piel pensando como de dura sería la vida en aquellos años en esa torre actualmente semiderruida, cuanto daría por ver un trozo de esa película.
Es normal que el agua de Fonté sea tan laxante, ya que tiene un contenido en sulfatos muy elevado (2.3 gramos por litro, casi como el agua de Carabaña). Otro tema es el orígen de este agua. Circula en profundidad a través de las capas de calizas que hay en el subsuelo de la zona y que afloran en las montañas del sistema Ibérico. Es en esta zona donde se recarga el acuífero de la fuente de Fonté.
Mil gracias por este artículo, mi familia llegó a la zona sobre los años 60, a una torre muy cerca de los baños, mi tío vivió años allí, y mi padre la sigue conservando…toda mi infancia es Fonté, Navidad, verano, Semana Santa…aunque cuando yo llegué allá por los 80 ya apenas quedaba nadie. Hoy he dado un paseo por el balneario…me sigue emocionado, me imagino cómo sería entonces, quien iría…. casualidad que he dado con este artículo y no podía dejar de escribir.