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Historia contemporánea

EL DÍA EN EL QUE LOS RITOS FRANQUISTAS LLEGARON A CASPE

Cómo había cambiado todo en unas semanas. Los carteles con el rostro de la Pasionaria o solicitando ayuda para el pueblo de Madrid, habían sido sustituidos por otros con la efigie de José Antonio o la de Francisco Franco. Caspe ya no era la capital de Aragón, sino otro lugar más en el mapa de la autodenominada Nueva España. Los efectos de los bombardeos de la aviación rebelde sobre el casco urbano eran visibles en todos los barrios. Otra de las grandes noticias del momento era la ausencia de miles de caspolinos, aquellos que habían huido hacia Cataluña mes y medio atrás. Sin embargo, aquel 2 de mayo de 1938 la vieja ciudad del Compromiso se vistió de fiesta. Anunciando lo que las retinas de los caspolinos iban a contemplar durante las décadas venideras, tuvo lugar una jornada de fervor cristiano, de recuerdo a los caídos y de exaltación a Franco a través de una gran ceremonia “patriótica y religiosa” promovida, al parecer, por la colonia caspolina residente en Zaragoza.

Alrededor de 500 personas partieron a primera hora en un tren especial encabezado por el presidente de la Diputación Provincial de Zaragoza, Miguel Allué. La comitiva contó con la presencia de varios medios de comunicación zaragozanos, los cuales ofrecieron una detallada crónica de la jornada. Así, el corresponsal del diario falangista Amanecer, utilizando una prosa abiertamente sesgada, escribió que los actos iban a celebrarse en la “noble ciudad que hubo de sufrir durante tantos meses la triste fatalidad de la dominación roja y para más escarnio como capital del Aragón rojo, subyugado por un lado a los anarquistas y por otro a los separatistas catalanes, que la mancillaron con sus odios y la anegaron en sangre inocente”[1].

Actos del 2 de mayo de 1938. Plaza de España de Caspe. En primer plano, el altar provisional erigido para la ocasión. La fotografía se tomó desde la tribuna, también temporal.

Conchita Tapia, hija del alcalde Emilio Tapia, ejerció como madrina de la bandera “nacional” que traía la comitiva zaragozana. En los fastos participaron la banda de música del Tercio de Mola dirigida por el caspolino Rafael Campos, la escuadra de gastadores de la Milicia Nacional de FET, los jóvenes falangistas conocidos como Flechas, la Sección Femenina, la Milicia Nacional y la Cruz Roja. A pesar de la situación bélica -todavía quedaban once meses de guerra- no se escatimó en la decoración de la ciudad: en el trayecto de la estación al centro urbano se levantaron arcos artísticos con banderas, gallardetes y carteles «de salutación al Caudillo, a nuestro glorioso Ejército, a las autoridades y colonia caspolina.”, publicó El Noticiero.[2]

Plaza de la Virgen. Banda de Música del Tercio de Mola. Tras los músicos, el antiguo Bar Moderno que durante la etapa republicana de la guerra fue sede de «Altavoz del Frente».

En la plaza fueron dispuestos un altar y una tribuna. Desde la misma habló el alcalde y a continuación tomaría la palabra Antonio Piera, beneficiado del Pilar, quien lanzó una petición que pronto se vería cumplida: “Quisiera en este día de recuerdo de nuestros paisanos muertos se levantara un acta con los nombres de los que defendieron a Dios y a la Patria en esta ciudad de Caspe; y así, los que vengan detrás de nosotros encontrarán vivo testimonio en una lápida junto al lugar donde estuvo el monumento al Corazón de Jesús”.[3] El presidente Allué cerró las intervenciones y, tras sus palabras, se escucharon las sonatas características de los sublevados: el “Cara al Sol”, el “Oriamendi” y el viejo Himno Nacional.

Plaza Compromiso. Desfile de los gastadores de la Milicia Nacional de FET.

Las celebraciones continuaron en la plaza de la Virgen. Allí, bajo la iglesia devastada -tanto por la brutalidad del primer periodo de la guerra como por el infortunado bombardeo de la aviación fascista en marzo-, se colocó un altar desde el que se ofició una misa de réquiem por los caídos en la campaña «asistiendo el vecindario en pleno.”[4]

Altar bajo la escalinata de la iglesia. Apréciese el estado de la propia escalinata o de la techumbre de la parte derecha de la iglesia.

Tras la comida oficial servida por varias falangistas caspolinas en el recuperado Círculo Católico -había sido utilizado por la CNT durante los últimos meses-, Arturo Latorre Timoneda, falangista y concejal de turbio pasado, hizo de introductor de Jesús Muro, el jerarca provincial de FET. Este dirigió unas breves palabras anunciando que, tras despedir al tren especial, hablaría a la población desde el balcón del Ayuntamiento “para explicarles el verdadero significado del Movimiento, el contenido nacionalsindicalista del nuevo Estado y las normas a seguir en la nueva e imperial España de nuestro invicto Caudillo Generalísimo Franco”.[5] Y así lo hizo.

Pero los actos quedaron deslucidos porque una fina y constante lluvia, como una suerte de justicia poética republicana, no cesó de caer sobre la ciudad durante todo el día.

Fotografías cedidas por la familia Doñelfa-Serrablo.


[1] Amanecer, 4-5-1938, p. 6.

[2] El Noticiero, 4-5-1938, p. 6.

[3] Heraldo de Aragón, 4-5-1938, p. 2,

[4] ABC Sevilla, 3-5-1938, p. 17.

[5] El Noticiero, 4-5-1938, p. 6

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