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Historia contemporánea

FRANCISCO PONZÁN: DE CONSEJERO EN CASPE A HÉROE Y MÁRTIR DE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL

Durante el verano de la liberación en Francia la Gestapo decidió que la vida de Francisco Ponzán Vidal había llegado a su fin. Brutalmente asesinado en un bosque al norte de Toulouse moría el hombre pero, ¿nacía el mito? Es indudable que no, porque todavía hoy sigue siendo un desconocido para una amplia mayoría. Francisco Ponzán merece mayores reconocimientos, homenajes y páginas en libros y blogs de las que actualmente se dedican a su vida, su obra y su lucha antifascista.

Aunque sus orígenes eran oscenses, Francisco Ponzán Vidal había nacido en Oviedo a causa del trabajo de su padre. Su madre Tomasa Vidal, mujer muy religiosa, enviudó pronto y decidió que su hijo Paquito tenía que estudiar en los Salesianos. Pero aquel chaval miope y con cara de inocente salió rana y a los catorce años fue «invitado» a dejar el camino del hábito. Sus desvelos, lejos de la sacristía, eran otros. En su segunda etapa de estudios conoció a Ramón Acín que se convertirá en el gran mentor de Ponzán en un amplio sentido de la palabra. De esta etapa proviene también su amistad con Evaristo Viñuales, futuro compañero en el CRDA. 

Siendo ya maestro, el estallido de la Guerra Civil le sorprendió de vacaciones en Huesca (como bien sabemos, en aquel Aragón partido en dos la capital oscense cayó del lado «nacional»). Francisco Ponzán logró huir y tres meses después ya ocupaba el cargo de consejero de Transportes y Comunicaciones en el Consejo Regional de Defensa de Aragón, donde no tardó en mostrar su valía: intensificar las comunicaciones, coordinar los transportes carretera-ferrocarril y crear Parques Móviles de disposición comarcal (Boletín del CRDA, nº 7) fueron algunos de sus objetivos. Cuando el Consejo de Aragón se instaló en la capital del Aragón rojo, Caspe, Ponzán cambió su ocupación en Transportes y Comunicaciones por el secretariado de Información y Propaganda. Durante su etapa como residente en la Ciudad del Compromiso entabló una relación amorosa con la profesora Palmira Plá (de este episodio sentimental se ocupa especialmente  la novela del caspolino Víctor Juan Por escribir sus nombres). 

Tras su paso por el Consejo de Aragón, Ponzán continuó luchando contra el Ejército franquista cambiando los despachos de Caspe por las operaciones secretas del SIEP. Esta es, probablemente, la parte menos conocida de la crónica vital de Francisco Ponzán. Sabemos que formó parte del Grupo Libertador, compuesto por unos pocos anarquistas y socialistas que se ocupaban de infiltrarse en las líneas enemigas para sacar de allí a personas en situación comprometida. Pronto el grupo se integró en el SIEP, que además de liberar a gentes en peligro dentro de la zona “nacional”, se encargó de recabar información tras las líneas enemigas y de realizar acciones de sabotaje. Junto a Ponzán, otros destacados aragoneses como Agustín Remiro o Ramón Rufat dejaron su huella en acciones individuales llevadas a cabo al otro lado durante la Guerra Civil.

Con el final de la guerra Francisco Ponzán acabó en Francia, pasando por los campos de concentración de Bourg-Madame y de Vernet d’Ariège. Había sido derrotado pero no vencido: en el escaso periodo que permaneció dentro de Vernet, se encargó de reorganizar la CNT en el lugar. Incluso cuando consiguió salir a través de un contrato para trabajar como mecánico, se ocupó de facilitar el día a día de sus compañeros reclusos. Muy poco después volvió a desempeñar la tarea que mejor se le daba: la lucha clandestina en territorio adverso.

En el verano de 1939 Ponzán se las arregló para liberar a varios activistas confederales de los campos franquistas. Según un interesante y profuso trabajo inédito de Ramón Rufat, Paco Ponzán formó parte del ADE (aunque Rufat no especifica en qué periodo Ponzán pasó por el ADE, tuvo que ser entre 1939 y 1940) una organización antifascista nacida en los albores de la Segunda Guerra Mundial. Era, además de una red contraria al régimen de Franco, un movimiento a favor de los aliados. Su objetivo radicaba en reclutar espías para los enemigos del nazismo sin tampoco hacer ascos a la formación de pequeños grupúsculos dispuestos a plantar cara al Régimen totalitario español mediante guerra de guerrillas si, como en aquel entonces se creía, España entraba en guerra junto a las potencias del Eje. Los servicios secretos británicos, conocedores de que los republicanos españoles –partidos vascos y catalanes, el POUM, el PSUC y la CNT- poseían una poderosa red de pasadores que comunicaban ambos lados de la frontera, contactaron con ellos. Los ingleses pusieron los medios en forma de dinero y documentos. Junto a Francisco Ponzán, los también aragoneses Miguel Chueca y Agustín Remiro participaron en aquellas primeras acciones clandestinas. 

Tras el armisticio de Compiegne de junio de 1940, cuando la lucha guerrillera todavía quedaba lejos, la nieve del Pirineo, como reza la jota, ardía. En aquel año el propio Ponzán en persona cruzó a España acompañado de varios hombres como Remiro para poner en marcha “un grupo de hombres seguros y valientes que estaban dispuestos a jugarse la vida en todo momento por las ideas que tantas veces habían defendido como leones1”.

Ponzán, que resultó herido herido en un encontronazo con fuerzas españolas, se encontraba de nuevo en Francia en el mes de septiembre. Instalado con su hermana Pilar en Toulouse, contactó con miembros de la incipiente Resistànce. Por entonces, su organización ya era bien conocida en los círculos resistentes clandestinos y pronto los aviadores aliados derribados serían habituales usuarios de la Red Ponzán. Integrantes «quemados» de la Resistencia, judíos o militares gaullistas fueron algunos de los muchos fugitivos que salieron del país gracias al operativo que él comandaba.

En pocos meses el grupo se extendió por varias ciudades y localidades, al tiempo que se creaban nuevos puntos de apoyo y aumentaban los enlaces comprometidos con la lucha antifascista. Los hombres y mujeres de Ponzán  establecieron un soporte capaz de abastecer de todo lo necesario para los fugitivos, como el suministro de ropas, alimentos o documentación falsa. El Hotel París, en Toulouse, se convirtió a partir de la primavera de 1941 en el punto caliente de la Red; desde allí se preparaban las salidas de los huidos que, en varias etapas, lograban burlar a la policía colaboracionista francesa y a la temida Gestapo. Las evasiones se efectuaron mayoritariamente por tierra, aunque también se utilizó el mar como ruta de escape. Juan Zafón, otro antiguo miembro del Consejo de Aragón, fue uno de los principales responsables de las evasiones marítimas.

El grupo del oscense conocido como François Vidal en la clandestinidad colaboró con la red belga Sabot, pero fue cuando se integraron en la Red Pat O’Leary (dependiente de la War Office inglesa) cuando los pasadores de Ponzán alcanzaron sus mayores éxitos. A través de la Red Pat no solo se pasaron personas, sino también información a través de los pasos pirenaicos.

La Guerra Mundial continuaba imparable y el número de huidos que la gente de Ponzán consiguió sacar de Francia creció de forma imparable. Antonio Tellez, el mejor especialista en la Red Ponzán, aseguraba que fueron miles de evadidos los que dejaron la Francia dominada por Hitler gracias al maestro oscense y sus hombres. 

“Cualquier piloto que caía en las Ardenas, en cinco días podía estar ya en el Pirineo”.

Pero a finales de 1942 la estructura de la Red era ya tan basta que se antojaba imposible seguir desplegando la actividad sin que los alemanes pudieran hacer nada. Y así, entre el otoño de 1942 y el invierno de 1943 un agente infiltrado de la Gestapo propició la caída del principal punto de hospedaje, el Hotel París de Toulouse. Unos meses después el propio Ponzán fue detenido por la policía francesa. Demasiadas misiones, demasiados huidos, demasiada fama. Cuatro años en primera línea fue mucho tiempo. A pesar de todo, por unos meses el maestro oscense respiró tranquilo porque sus captores no sabían que aquel hombre aparentemente inofensivo era el cabecilla de la más importante red de evasión en Francia. El último acto comenzó el día en el que la Gestapo descubrió su verdadera identidad.

El 17 de agosto de 1944 los alemanes sacaron del presidio de Saint-Michel de Toulouse a medio centenar de destacados luchadores antifascistas. Las tropas de Hitler, que estaban a punto de perder la ciudad, cometieron la última atrocidad. A 27 kilómetros de Toulouse, en el bosque de Buzet-sur-Tarn, 52 hombres fueron ametrallados y calcinados.

Quienes lo conocieron dicen de él que, sobre todo, era un hombre valiente y sereno. Francisco Ponzán Vidal recibió a título póstumo por parte de Gran Bretaña el Emblema de la Hoja de Laurel de su Majestad, la Medalla de la Libertad del gobierno de los Estados Unidos, y la Medalla de la Resistencia y la Cruz de Guerra con palmas francesa, a la vez que la graduación de capitán. En Toulouse tiene a su nombre un paseo en el parque Compans. En España, sobre todo en la Huesca que él  tanto amó, su figura sigue esperando un reconocimiento sobradamente merecido.

Quizá algún día. 

Para saber más:

Antonio Tellez Solá, La Red de Evasión del Grupo Ponzán. Anarquistas en la guerra secreta contra el franquismo y el nazismo (1936-1944),  Editorial Virus, Barcelona, 1996.

Pilar Ponzán, Lucha y muerte por la libertad (1936-1945)

Francisco Ponzán, el resistente olvidado, Televisió de Catalunya, año 2000

http://www.heraldo.es/noticias/huesca/un_oscense_con_calle_toulouse.html

Notas:

1 Carta de Pilar Ponzán (22-3-1973) a Eduardo Pons Prades, en el trabajo del autor, Republicanos españoles en la Segunda Guerra Mundial, p. 309.

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