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Lo que nunca le contaron sobre los Doce en el Patíbulo

Publicado en El Agitador el 14-1-2014

El 15 de junio de 1967 se abría el telón en Nueva York. Metro Goldwyn-Mayer estrenaba The Dirty Dozen, Los Doce en el Patíbulo (según la «traducción» española). El film fue un pelotazo porque el guión era potente y el reparto de lujo: Charles Bronson, Telly Savallas, Donald Sutherland, Lee Marvin (para su papel sonó el mismísimo John Wayne) y compañía, se ponían el traje de faena para, sin miramientos, liquidar a un buen número de oficiales alemanes.

La sinopsis se desarrollaba en los meses previos al desembarco de Normandía; en aquel contexto interesaba «aligerar» la oficialidad de la  Wehrmacht, romper en lo posible la cadena de mando. Para ello, los doce debían saltar en la Francia ocupada, colarse en el castillo en el que iba a celebrarse una lujosa fiesta, y causar la máxima escabechina posible.

Los protagonistas, los sucios -de obra, de aspecto y de pensamiento- eran lo mejor de cada casa; cinco de ellos sentenciados a la horca y el resto a penas superiores a los 20 años. Lejos de adaptarse a la disciplina del Ejército americano, su paso por él suponía una auténtica pesadilla para sus mandos. Yankis de la peor calaña. Entre los doce, encontramos racistas, fanáticos, sádicos, y, sobre todo, violentos. Pero el destino tenía reservado para ellos una segunda oportunidad cuando fueron seleccionados para saltar tras las líneas enemigas.

El rodaje de la película se realizó en Inglaterra (los exteriores cerca de la ciudad de Chenies). Paradojicamente, su director, Robert Aldrich, era un antibelicista declarado, hecho del que había dejado constancia en otras de sus películas como Attack, de 1956, y en otras que vendrían después.  The Dirty Frozen superó las expectativas e incluso tuvo varias secuelas de escaso éxito. Sin embargo, pocos saben que la película se inspiró en un grupo de hombres reales.

«Dios no sabía si enviarme al cielo o al infierno, temía que en los dos sitios pudiera montar una buena». Así hablaba Jake McNiece tiempo antes de morir.

Tenía 93 primaveras cuando, hace ahora un año, el viejo luchador de sangre india se fue para siempre. Había formado parte del 506º regimiento paracaidista de infantería del Ejército americano, integrado en la mítica 101º Aerotransportada nacida en 1942. Era el último de los Filthy Thirteen (los Trece Asquerosos) quienes durante la Segunda Guerra Mundial se ocuparon de misiones muy complicadas, casi suicidas, tras las líneas enemigas. Se ganaron ese nombre cuando decidieron que las manchas de sus caras, de sus uniformes, producto de agotadoras horas de entrenamiento, se quedaban con ellos durante días. Tampoco se afeitaban.

Eran sucios también en modales; no saludaban a los superiores, eran camorristas, bebían demasiado y eran habituales del calabozo. La pesadilla de la Policía Armada. Y todavía más sucios al otro lado. No hacían prisioneros, simplemente, los liquidaban. ¿Qué íbamos a hacer con ellos detrás de sus líneas?, contaba McNiece.

Jacinto Antón publicó en El País la noticia de su óbito en la que pudo verse una fotografía en la que él y varios de sus compañeros se engalanaban según las viejas costumbres indias (McNiece tenía sangre choctaw): el corte de pelo y la pintura de guerra debía atemorizar a los orgullosos nazis sin pegar ni un solo tiro. Nada pudo con él, ni las operaciones previas al gran desembarco de Normandía, ni el desastre de la operación Market Garden, ni la ofensiva germana sobre las Ardenas. Y sobrevivió para contarlo en sus memorias The Filthy Thirteen: From the Dustbowl to Hitler´s Eagle´s Nest (2003).

El peligro de aquellas misiones era grande y el número de bajas enorme. Jake McNiec realizó únicamente cuatro saltos sobre tierra enemiga.  Aquí, realidad y ficción se ponen de acuerdo: como es bien sabido, de los doce protagonistas del film, solo dos sobrevivirán para contarlo.

McNiec y otros como él, jugaron un importantísimo papel, pues aquellos hombres que actuaron tras las líneas enemigas contribuyeron al éxito del gran desembarco del 6 de junio de 1944, la operación Overlord. La apertura de un nuevo frente en Europa aceleró el final de la Segunda Guerra Mundial. Fueron sucios, mataron a sangre fría y quizá estén pagando por ello en el infierno. Pero, a la postre, ahorraron un puñado de miles de vidas.

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