Publicado en El Agitador el 15-3-2016
En la segunda mitad del siglo XVI, tres monarquías europeas fueron las principales protagonistas del tablero internacional: Francia, Inglaterra, y en mayor medida la monarquía hispánica de Felipe II, quien se convertirá en el epicentro de las relaciones internacionales -no todas bélicas- durante aquel tiempo. Felipe heredó una monarquía pacificada -a excepción del conflicto contra los turcos, la Sublime Puerta, disputa cerrada en 1578- pero, como veremos, al final de su reinado se hallaba empantanado en tres conflictos bélicos.
En los once años que transcurren entre 1555 y 1566, se suceden acontecimientos que dictarán buena parte de las relaciones europeas hasta final de siglo: En 1555 se firmaba en el Imperio la Paz de Augsburgo, la cual ponía fin al conflicto político y religioso indiciado en 1517 con la publicación de las 95 tesis de Lutero, momento que marcó el punto de partida del conflicto reformista. Con Augsburgo, se otorgaba libertad de culto para los príncipes del Imperio y se cerraba la pretensión de Carlos V de un imperio europeo regido por los Habsburgo y con la religión católica como bandera.
1556 Felipe II ocupaba el trono de España, sumando las posesiones italianas, de los Países Bajos, y de ultramar.
Isabel I llegó al trono en 1558; se inauguraba un reinado en el que la Reforma se instalaría, definitivamente, en Inglaterra. En comparación con las otras dos, la monarquía inglesa pasó por un periodo de estabilidad.
En 1559 se firmaba la paz hispano-francesa de Cateau-Cambresis, la cual ponía punto y final a la política expansionista francesa, manifestada especialmente durante el reinado de Francisco I de Valois. Tres años después Francia se vio envuelta en una cruenta civil (1562 -1598), las Guerras de Religión, donde confluyeron intereses no solo religiosos, sino también políticos.
Por último, en 1566 se producía la “furia iconoclasta” que sería el germen del estallido del conflicto de los Países Bajos, dos años después, y que no finalizaría hasta la Paz de Westfalia, en 1648.
Países Bajos: en los PB, -desgajados del Imperio desde 1548-, Felipe II heredó un territorio desplazado de sus territorios, pero de una importancia crucial por su riqueza y posición estratégica. Muy pronto comenzaron a detectarse problemas: la Reforma, el calvinismo, se introducía paulatinamente pero con fuerza –desde Estrasburgo, Ginebra y Francia-, mientras la monarquía hispánica refrendaba su posición ultracatólica mediante la renovación de los Placards contra la herejía. Las contribuciones de la rica sociedad de Flandes habían resultado especialmente gravosas en la década de los 50 (17 millones de ducados entre 1551-1558) y para colmo las tropas no tenían un buen trato hacia la población. Felipe II abandonó Flandes y María de Hungría cedía la posición como gobernadora a Margarita de Parma, quien no tuvo la inteligencia política de aquella: las élites tradicionales se sentían desplazadas ante la llegada de Berlanmont, Vigliers y Granvela. En aquel contexto, estalló la revuelta de agosto de 1566, en la que fueron parte importante los calvinistas. Aquel episodio conocido como la «Furia iconoclasta», sería el antecedente de la guerra que estalló en 1568 y que se prolongaría hasta 1648 (Guerra de los ochenta años). El bando rebelde fue dirigido en su primer momento por el noble Guillermo de Orange, quien en la siguiente década abrazó la religión calvinista.
A pesar del entendimiento al que llegaron todos los territorios de Flandes en 1576 con la Pacificación de Gante –cansados ya de conflicto, reclamaron la retirada de las tropas españolas, la convocatoria de Estados Generales y la libertad de culto en Holanda y Zelanda, en 1579 Unión de Arras y la Unión de Utrech (1579) escenificaron la división de los Países Bajos. Con Arras, las provincias del sur refrendaban su adhesión a la monarquía filipina y el mantenimiento del catolicismo. Las Provincias Unidas (Frisia, Güeldres, Groninga, Holanda, Zelanda, Utrech, Overijseel,) irían más allá dos años después, cuando, a través del Acta de Abjuración, anularían su vinculación con Felipe II.
En Francia, ya el Affaire des Placards (1534) fue premonitorio de lo que se avecinaba. 25 años después el calvinismo había arraigado con fuerza (ya en 1550 se calcula que un millón de franceses lo practicaban). El país se enfrentaba a una crisis que combinaba aspectos financieros (las luchas contra los Habsburgo aumentaron la presión fiscal: suspensión de pagos en 1558), políticos (desmedida ambición entre las grandes familias francesas y enfrentamiento entre ellas), y religiosos (en aquella década habían surgido multitud de iglesias protestantes de confesión calvinista). Los reformados, llamado allí hugonotes, se reforzaron gracias a la conversión de los líderes de dos familias principales: los Borbón y los Montmorency, sumados a una multitud de pequeños nobles, miembros de la alta magistratura y burgueses. Por si fuera poco, ese año muere el rey Enrique II en accidente, dejando como heredero a su hijo, Francisco II, de 15 años y mala salud. El gobierno queda bajo el control de sus tíos católicos, los Guisa, que continuaron la represión contra los protestantes que ya había iniciado Enrique II. A pesar del Edicto de Saint-Germain que daba libertad de culto privado, y también público en los arrabales, la ruptura se desencadenó en marzo de 1562 con el asesinato de 37 protestantes por parte de Francisco de Guisa. A partir de esa fecha se sucedieron una serie de conflictos civiles entre hugonotes y católicos (ocho guerras), que no finalizarían hasta el Edicto de Nantes en abril de 1598. En una guerra religiosa y de lucha por el poder, episodios como el de la Noche de San Bartolomé (23-24 agosto de 1572: Cuarta Guerra, cruenta matanza de hugonotes), evidenciaron el nivel de enfrentamiento entre ambas confesiones.
La internacionalización del conflicto ya en la primera de las guerras se tradujo en el apoyo de Inglaterra a los hugonotes (Tratado de Hapton Court, 1562) o el apoyo de Felipe II a los Guisa. A la muerte del candidato de los Guisa, Carlos X, Felipe II aupó la candidatura de su hija Isabel Clara Eugenia en 1589. Pero finalmente fue el hugonote Enrique IV el nuevo rey de Francia. Declaró la guerra a España que se cerraría con la Paz de Vervins (1598).
Inglaterra. La tensa situación inicial a la llegada de Isabel al trono (crisis múltiple, dinástica, bélica y religiosa), no invitaba a pensar que se inauguraba un periodo de estabilidad. Tras el cisma anglicano iniciado por Enrique VIII, y con un país mayoritariamente favorable al “catolicismo enriciano”, se planteaba cuál sería la orientación religiosa de la nueva reina. Isabel era protestante –aunque moderada-, lo cual dejó claro en 1559 a través del Acta de Uniformidad y la restauración del Acta de Supremacía de 1534. Pero supo pilotar la transición hacia la Reforma, superando las crisis planteadas por puritanos y católicos, e incluso la excomunión papal en 1570. En la Corte, gozó de una situación mucho más pacífica que la de su padre Enrique VIII, y en el plano internacional, si bien en un principio no tenía pretensiones expansivas y fue prudente, acabaría apoyando a los rebeldes reformados de Francia, Provincias Unidas, y enfrentándose abiertamente con España ya en la década de los 80, con el punto culminante de la batalla de la llamada Armada Invencible en 1588.
Por otro lado, la monarquía hispánica vio ampliados sus dominios de manera formidable cuando, en 1581, los derechos dinásticos de Felipe II fructificaron al ser nombrado rey de Portugal, apoyado por los notables de Portugal y por una buena labor diplomática del portugués Cristóbal de Moura. No fue una unión entre países, sino personal, pero Felipe fue el soberano del enorme imperio colonial portugués.
Sin embargo, a final de siglo, la economía de la poderosa monarquía filipina no era capaz de luchar contra tres enemigos a la vez (Coalición de Greenwich, 1596: Francia, Inglaterra, Países Bajos). Los grandes gastos que los enfrentamientos venían ocasionando a la monarquía (tercera bancarota en 1598), llevaron a Felipe II a buscar la paz. Con Francia llegó en Vervins (1598), y con Inglaterra y las Provincias Unidas en 1604 y 1609 respectivamente, ya muerto Felipe II.
Bibliografía:
Floristán, Alfredo (et. al.): Historia Moderna Universal, Ariel, 2002
Ribot, Luis (et. al.) : Historia del Mundo Moderno, Actas, 2006