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Santiago González, de director del Banco de Aragón a gruista en Burdeos

Gracias a la localización en el Archivo Municipal de este documento, nos trasladamos al momento preciso del nombramiento del nuevo director del Banco de Aragón de Caspe. Corría julio del año 1932 cuando Santiago González Salvador estrenaba cargo. Por entonces, González era ya conocido por ser uno de los progresistas más destacados de la ciudad. Poco antes de la guerra pasaría a militar en el Partido Comunista. Durante la misma ocupó puestos de responsabilidad, llegando a ser designado Delegado General de Abastecimientos y Transportes del Consejo de Aragón. Con la caída del frente de Aragón partió hacia el exilio, pero la Causa General franquista seguía recordándole:

«Expresaba total adhesión a los entierros anticatólicos» (CG, leg. 1429, exp. 1, f. 335). Exageración o no, parece claro que en el Caspe de la Segunda República todo el mundo sabía cuál era la ideología de González. Tanto es así que el credo del bancario pudo estar detrás de la retirada de ahorros por parte de alguno de sus clientes.

Santiago González era licenciado en derecho y tras pasar la frontera desempeño varios trabajos, el principal en la administración. Miguel Caballú, quien tuvo la suerte de conocerlo, comparte con nosotros sus recuerdos sobre el comunista caspolino:

«Desde siempre me había interesado la figura de Santiago González por ser la persona de izquierdas seguramente más culta y ecuánime de Caspe y ser director del Banco de Aragón donde trabajaba mi tío Barceló, a quien oía hablar con frecuencia de Santiago. Decidí ir a visitarle a su residencia en Francia para ver que me contaba.  Le enviaba todos los meses la publicación «Vinculo» que tirada a multicopista hice en el Ayuntamiento durante tres años. Me contaba que la leía con mucho agrado porque se consideraba muy caspolino. Al fin, por curiosidad historiográfica,  creo que el año 77 o 78 fui a verle a su casona de Saint-Loubès, cerca de Burdeos. 

«Fui con Carmen y le llevamos una maza de jamón bueno que me entregó para él su sobrina Ana María Baringo, amen de regalitos y recuerdos o  publicaciones caspolinas.  Mi sorpresa fue cuando nos pasó a las estancias de su casona y tenía todas las paredes decoradas con los «Vínculos» y los dos o tres folletos y mapas de lo primero que hicimos en el CIT.  La casa era palaciega, edificio cuadrado, dos pisos, con tejado a cuatro vertientes.

«Lloró al abrazarme en agradecimiento por enviarle tanta información de su pueblo y mantener vivo el contacto. Enseguida me enseñó el carnet del partido comunista francés y del PCE español, a cuya fiesta de legalización iba a venir de incógnito a España, «porque no me la pierdo por nada».

«Me presentó al cura del pueblo, adversario político, pero con el que se llevaba muy bien. Hablamos de su trabajo en una grúa del puerto de Burdeos, ocupación de la que estaba orgulloso sin recordar demasiado su anterior vida de director bancario.  Hombre de ideas muy sólidas era consecuente con ellas. Muy amistoso y solidario.

«Había enviudado hacia varios años y vivía solo, muy pulcro, muy cuidadoso y bien cuidado. Nos habló mucho de política porque no podía evitarlo. Menos de sus recuerdos caspolinos. Nos dio recuerdos para la familia y nos ofreció la casa para quedarnos unos días. Un gran paisano».

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