Publicado en El Agitador el 10-2-2016
Europa se adelantaba al cambio de siglo. Había que romper con el clasicismo -en temática y en estilo-, con los intentos de recuperación medieval a través de las artes nacionales, y superar todos los movimientos «neos» que desembocaron en un eclecticismo que todavía hoy podemos ver en innumerables obras. Y todo eso bajo el mecenazgo de la incipiente burguesía, porque el Modernismo es un arte burgués que huele a prosperidad, a dinero, a ensanche, a ciudad viva.
El llamado Art Nouveau, Modernismo, o Estilo 1900 tuvo sus raíces en Bélgica e Inglaterra, pero fue París -tomó prestado el nombre de la tienda allí abierta por S.Bing en 1895- el epicentro del nuevo arte de lenguaje universal, un arte integral que englobaba la joyería, el mobiliario, las artes gráficas, los objetos en vidrio o la pintura (seguro que les sonará el cuadro titulado «El Beso», de G. Klimt). Y es que el Modernismo aporta una gran novedad precisamente por esto, por integrar las artes mayores y menores. Pero también por su clara apuesta por aunar funcionalidad y decoración, o por tratar de crear un estilo internacional.
Pero donde más éxito tuvo esta novedosa corriente fue en la arquitectura. La ciencia de la construcción en Europa llevaba mirando hacia el pasado demasiado tiempo. Hasta que llegó el Art Noveau y lo cambió todo.
El gran historiador y crítico del Arte -fue también senador y alcalde de Roma- Giulio Carlo Argan (1991: 179), definió con sabiduría qué representaba esta nueva corriente en la arquitectura: «El nuevo gusto arquitectónico huye del bloque, ama las líneas y las superficies onduladas, los grandes espacios abiertos, los miradores y los balcones salientes: la casa ha de ser luminosa y ventilada, colocarse con elegante naturalidad en el espacio urbano».
En España la mayor parte de la arquitectura seguía varada en los dictados académicos. Pero varios arquitectos transgresores harán posible que el Modernismo se propague por la península. Muchas veces las casas modernistas fueron producto del capricho burgués en distintos puntos de la geografía; los ejemplos son innumebles: Teruel, Cartagena, Comillas, Madrid… (la obra de José Grases Riera que actualmente es la sede de la SGAE, el madrileño Palacio Longoria, es modernista) y también aquí al lado, en Alcañiz (en el Paseo Andrade, 14-15 y en el número 14 de la calle Alejandre, pueden contemplarse sendas casas modernistas). Pero sobre todo, el nuevo arte arraigó con fuerza en Cataluña. Las condiciones socioeconómicas y culturales hicieron que fuese allí donde surgiera un Modernismo con personalidad propia y fuertes raíces nacionalistas. Y fue la arquitectura de finalidad lúcida la que mejor asimiló el nuevo estilo que acentuó su aspecto alegre y colorista. También en los comercios el modernismo, con sus rasgos llamativos, fue el reclamo perfecto.
En Barcelona surgió un Modernismo original e imaginativo cuando se conjugaron dos factores: el deseo de renovación arquitectónica, y la voluntad de modernización social y regeneración de la vida cultural que latía en la pujante sociedad industrial barcelonesa. Frente a la tradición clasicista española, el gótico era representativo en la Ciudad Condal, y de ahí partió el proceso de modernización. Destacaron allí Josep Vilaseca y Josep Puig i Cadafalch, como también Domènech i Montaner, quien inició desde el gótico algo distinto, un estilo moderno que no perdía de vista el pasado. Al igual que estaba pasando en Europa, estos arquitectos pusieron otra vez de moda algunos oficios artísticos tradicionales, como la rejería o azulejería, si bien «infectados» con la nueva corriente.
Desde sus inicios quedó claro que el Modernismo gustaba. Pronto se hizo popular y comenzó a ser solicitado para aportar una imagen distinta, renovada, colorista. Domènech I Montaner en el Palau de la Música de Barcelona, mezcló en la fachada toda clase de materiales y elementos arquitectónicos para que el edificio resaltase en su difícil emplazamiento. Ladrillo, mosaicos, diferentes clases de soportes (algunos exentos y sin función sustetante), muros lisos y vanos de distintas formas son parte del conjunto central del chaflán coronado con un caprichoso templete revestido de mosaico. La obra integra bien a las artes aplicadas: el grupo escultórico de M.Blay “Canço popular”, los mosaicos y la azulejería, contribuyen a conseguir un efecto suntuoso y colorista. También el interior es una espléndida conjunción de arte y técnica: se trata de un espacio diáfano gracias a las vigas metálicas que dejan libre de soportes el patio de butacas. Destacan las bóvedas de abanico, el gran plafón de cristal… en definitiva, todos los elementos confluyen para proporcionar una imagen fantástica, casi teatral.
Una perfecta conjunción de estructura y ornamento, de volúmenes casi escultóricos que caminan hacia el expresionismo, se hacen realidad de la mano del gran referente modernista, Antoni Gaudi i Cornet (1852-1926). Como un escultor modelando su arcilla, Gaudí dará forma arquitectónica a su fantasía con la línea ondulante como expresión material.
Gaudí fue un renovador que tenía algo de artista medieval, pues iba elaborando el proyecto y modificándolo hasta llegar a una realización muy personal. Sus obras son caprichosas, cuidadas hasta los mínimos detalles y con un sentido plástico notable (entendamos plástico como algo que parece moldeable). Gaudí, aunque bebe de la tradición y el eclecticismo, creará un criterio desconcertante.
Su primera obra de peso, el Palacio Güell, no es todavía estrictamente modernista, pero en él ya están presentes una serie de constantes que luego se repetirán. El propietario y mecenas es Eusebio Güell, una personalidad destacada en la vida catalana (Gaudi trabajará para él en otras ocasiones). El palacio sería su residencia pero también lugar de reunión social y cultural, además de reunir su colección de antigüedades. La estructura es una compleja trama que combina diferentes soluciones espaciales, donde lo más característico es la fragmentación de los espacios. La parte central la ocupa el gran salón rematado por una cúpula cónica. En casi todas las estancias hay influencias históricas, como la morisca, y se suceden los materiales ricos, maderas, mármoles, forjados… trabajados con un refinamiento que proporciona a las estancias un aspecto opulento y algo ostentoso.
Gaudí dejaba su huella no solo en las partes más visibles de la casa, sino también en otras menos privilegiadas como los tejados: en el Palacio Güell destacan las formas de las numerosas chimeneas, de diversos materiales, que más bien parecen esculturas. En toda la casa se utiliza profusamente el hierro; sirve para cerrar los arcos de ingreso, forma celosías interiores, e incluso se prodiga en motivos como el símil de Jaime I en las puertas de acceso, una abstracción del dragón que coronaba el yelmo del rey (con ello, Gaudí interpreta el sentir cultural y estético del cliente).
El mecenazgo de Güell continuó en el Park Güell (1900-1914), un proyecto fracasado de ciudad-jardín. Gaudí combina allí materiales y consigue un conjunto fantástico donde no falta la experimentación técnica que se revela en el pórtico de arcos parabólicos inclinados.
Sus obras más afamadas, y quizá donde la personalidad de Gaudí brilló con más intensidad, fue en las viviendas del paseo de Gracia: la Casa Batlló y la Casa Milá. La primera la construyó para el industrial José Batlló; es un edificio antiguo reformado por Gaudí, quien dejó su seña en la fachada (le aplicó un colorista revestimiento cerámico) mientras en el interior transformó la distribución creando estancias con caprichosas paredes curvas. Todos los detalles de decoración y mobiliario llevan la “marca de la casa” gaudiana. En la Casa Milá, la Pedrera, fue más allá. En la construcción de dos bloques de pisos que compartían fachada, innovó desde el comienzo de la obra, en la estructura metálica y en las columnas de piedra y ladrillo. Pero es en la fachada donde se sumergió en su propia imaginación (para algunos la fachada es una imagen del movimiento de las olas y los balcones se pueden identificar con las algas marinas), creando un telón en movimiento y sin líneas rectas. También aquí el tejado importaba. La azotea con su «jardín de los guerreros» es propia de recorrerla como si fuera un museo, caracterizada por chimeneas y salidas de ventilación ocultas bajo formas de clara intención expresionista y surrealista.
En sus últimos 20 años se dedicó casi en exclusiva a la arquitectura religiosa: a la vez que trabajaba en la Sagrada Familia, realizó la cripta de la iglesia de la colonia Güell, en Santa Coloma de Cervelló. Llama la atención en ella la ausencia de curvas y ángulos rectos. En 1915, cuando la obra se interrumpió, Gaudí solo tenía rematada la cripta, pero excepto el pórtico, nada se levantó del templo superior.
Tras ello se centró en, la Sagrada Familia (incluso vivía allí). La “obra de siglos” -como él mismo la llamó-, tuvo acabada la cripta en 1891, el ábside dos años después, y la fachada en 1904. La obra, pensada como las grandes catedrales góticas, todavía sigue en marcha (dicen que se acabará dentro de 10 años). En ella plasmó su maestría a través de formas geométricas muy personales, emulando formas de la naturaleza. También pudo dar rienda suelta a su fervor religioso a través de un templo cargado de simbolismo: las torres dedicadas a los 12 apóstoles, la torre de la Virgen, de Jesucristo y las cuatro dedicadas a los apóstoles, forman un conjunto de 18 torres que simboliza la esencia de la Iglesia Católica. El interior remite a Jerusalén celestial… en definitiva, una gran expiación con el que expurgar los pecados de una ciudad llena de burgueses viciosos, patronos sin escrúpulos, malvados rojos huelguistas, y crápulas en general.
Gaudí falleció de accidente en 1926; para entonces solo había terminado una de las torres. Seguidores suyos, que no discípulos, fueron Jujol, Muncunill, o Martinell. Este último dejó un buen número de cooperativas vinícolas en la Terra Alta, como en Gandesa o en de Pinell de Brai.
El Modernismo, que ya decaía en 1914, se desvaneció con la Primera Guerra Mundial. Pero muchas de las corrientes posteriores son deudoras, de un modo u otro, del Modernismo.
Para saber más:
G.C. Argan: El arte moderno. Del iluminismo a los movimientos contemporáneos, Akal, 1991
Mª D. Antigüedad, Víctor Nieto, Joaquín Martínez: El siglo XIX: la mirada al pasado y la modernidad, Ramón Areces, 2015