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El Cazcarro, cementerio bicentenario (primera parte)

EL CAMPOSANTO CASPOLINO EN EL SIGLO XIX

Por Alberto SERRANO DOLADER

De la biografía de Antonio Serrano apenas se conoce un suspiro, el último, que fue el suyo propio: murió el 10 de marzo de 1822 y, al día siguiente, inauguró -sin enterarse, claro- el cementerio de Caspe, que este 2022 cumple 200 años. Esposo de una tal Joaquina Doñelfa, el finado coincide conmigo en apellido y patria chica, pero ignoro si compartimos el árbol genealógico. Me apetece que su óbito se reviva para resucitar la historia de cómo nació el camposanto de mi ciudad y que no pasen desapercibidos sus dos siglos acogiendo a mis paisanos. O sea, que este artículo ve la luz para tributar homenaje a los varios miles de caspolinos que allí reposan, nuestros antecesores, de los que todos somos deudos.

         Desde la recta final del XVIII, la legislación española se orienta a trasladar los cementerios del entorno de las parroquias (o sea, del centro de las poblaciones) a lugares del extrarradio bien ventilados, política de higiene en la que los franceses fueron pioneros. Carlos III y Carlos IV apoyarán el empeño (por ejemplo, en 1804 se prohíben las inhumaciones dentro de los templos).

Puerta de entrada, 1996

         Desde tiempos medievales, el cementerio ‘antiguo’ de Caspe ocupó ambos lados de la Colegiata. La parte derecha (mirando de frente el monumento) para las sepulturas de adultos y la izquierda con un espacio reservado para los niños; todo ello sin olvidar que en el interior del templo abundaban también los ‘vasos’ o sepulturas comunes, de presbíteros y de familias de donantes. Pero aquello se hizo insostenible. En 1788 Ramón Aparicio, prior curado, escribe al arzobispo y le expone sin tapujos: “Hay gravísima necesidad de erigirse de nuevo uno espacioso, y decente, en la forma que lo tiene dispuesto y mandado Ntro. Católico Monarca”.[1]

Será en 1803 cuando el ayuntamiento acuerde la construcción del nuevo camposanto. El cronista local Valimaña apuntó a mediados de aquella centuria: “Díose principio a la obra, también se acabó, pero nadie se enterró en él hasta el año 1822, porque las costumbres inveteradas son difíciles de arrancar, especialmente cuando tienen su asiento en la multitud”. Así fue, el personal consideraba que las nuevas instalaciones distaban mucho de cualquier lugar sagrado y, por lo tanto, que estaban asentadas en terreno poco almo, que no garantizaban la necesaria protección sobrenatural. Incluso entre los eclesiásticos cundió la murria, pues tardaron años en celebrar la bendición, solemne ceremonia que tuvo lugar en la tarde del 14 de febrero de 1822, apenas unas semanas antes del ya mencionado primer sepelio.[2]

Pese a las prevenciones reseñadas, la verdad es que el consistorio acertó al elegir el lugar del nuevo cementerio, que sigue siendo el actual y hoy bicentenario: la plana del Cazcarro, en las afueras, pero no distante de la población; sitio solitario y elevado, pero de fácil acceso.

Mapa de 1808. A la izquierda de la imagen puede verse que figura el Campo Santo

La etimología del topónimo (que es tradicional) permanece oscura. La zona del Cazcarro puede considerarse integrada en el cabezo de Monteagudo, un cerro que los cronistas decimonónicos describieron como de “superficie muy cascajosa”, es decir, generosa en pedregales quebradizos (en no pocos lugares de Aragón ‘cazcarria’ equivale a ‘zarria’).[3]

En fin, tras recibir su primer difunto en 1822, el ‘nuevo’ Cazcarro y el ‘viejo’ cementerio anexo a la parroquial todavía continuaron coexistiendo algunos años más. El cronista mosén Mariano Valimaña, contemporáneo a los hechos que narro, señala que hasta 1833 no se “generalizó la costumbre (…) y se obligó a todo el mundo a enterrarse en el ‘Cazcorro’ (sic)”, pues hasta el mencionado año “los eclesiásticos, nobles y pudientes” prefirieron (y se consintió) seguir durmiendo el sueño eterno en alguno de los templos de la población, o en sus inmediaciones.[4]

¿Se trasladaron elementos funerarios de un camposanto a otro? Si así fue, debieron de ser pocos porque hoy solo he podido localizar en el Cazcarro una lápida anterior a la década de los años veinte del siglo XIX, modesta y con esta inscripción: “Concepción Blanc i Ferrer, fallecida 27.11.1812”.

Lápida fechada en 1812

La apariencia exterior del camposanto transmitía solidez. Un documento eclesiástico de 1849 nos lo describe rodeado de un “cercado de Piedra, con dos puertas grandes”; el interior quizá resultara demasiado sobrio, “sin Altar ni Capilla con solo una Cruz de madera en medio”.[5] Por descontado, desde su entrada en servicio y durante todo el siglo XIX, se irán acometiendo en el camposanto pequeñas obras para mejorar la infraestructura inicial.

La construcción de nichos por particulares requerirá obtener previamente licencia municipal, al menos desde 1855, año en el que la potente Diputación del Santísimo Sacramento (una institución cuyos orígenes quizá pudieran fijarse en 1599) ya contaba con autorización “para construir los que crea conveniente”, empeño en el que se aplicará, en ocasiones renovado la solicitud de permiso al consistorio.[6]

Por supuesto, también se cavaron enterramientos: “Las sepulturas, en estos, deberán tener ocho palmos de profundidad y por cuenta del sepulturero cubrirse con un pie de cal viva, a fin de acelerar los efectos de la descomposición” (artículo 139 de las Ordenanzas Municipales de 1852).[7]

En momentos de epidemia se abren tumbas excepcionales, como las del cólera de 1834, que se cobró la vida de más de 350 convecinos: “En el cementerio de Cazcarro, se hicieron fosos muy anchos y profundos y allí se enterraba a los apestados unos sobre otros, echándoles capas de cal encima y por último tierra”.[8]

Hacía mitad de la década de los ochenta, se procedió a delimitar junto al “cementerio católico” una zona para el reposo “de los disidentes de nuestra divina Religión”, expresión del erudito Roberto Puyo de Columa, quien añadía: “Ejemplo de previsión digno de ser imitado por todos los lugares de España con lo cual desaparecerían mil cuestiones desagradables entre las autoridades civiles y eclesiásticas surgidas con demasiada frecuencia”.[9]

Pese a todo, no cabía duda de que, entre las necesidades de la población, figuraba seguir mejorando el entonces joven cementerio (así se recoge, por ejemplo, en un informe del arquitecto provincial que la corporación municipal estudió en la sesión de 24.12.1876). Entre los arreglos precisos se debe anotar la colocación de unas puertas (¿no eran dignas las dos previamente existentes?), finalmente costeadas en mayo de 1880 por la ya mencionada Diputación del Santísimo.[10]

¿Y vegetación? En 1868 se procedió a “plantar una docena de arbolillos”, inocente actuación que generó polémica, quizá alimentada por las tensiones políticas locales. Los trabajos se desarrollaron “sin reparar al hacerlo en una profanación sacrílega”, según denuncia la prensa local: “Tanto que hubo jornaleros que se retiraron a casa enfermos al tropezar sus azadas o sus picos con los restos mortuorios de sus esposas e hijos queridos, y sin que por eso haya quedado el cementerio en mejores condiciones que estaba, puesto que lo han empequeñecido con sus plantaciones”.[11]

Para pagar las reparaciones que se iban acometiendo, se recurrió a curiosas formas de financiación, al menos en 1864: al cementerio se consignaban el alquiler del pozo de hielo municipal y un porcentaje de la taquilla de los bailes de máscaras programados en el teatro público.[12]

Actualmente, todavía permanecen en el recinto alguna lápida fechada en la primera parte del siglo XIX, siendo abundantes la de la segunda mitad. Para trabajarlas se utilizaron diferentes tipos de piedras (incluyendo el alabastro) que, en ocasiones, incorporan sencillos pero elegantes altorrelieves. Solo al rozar el siglo XX se comenzará a introducir el metal.

Algunos nichos o tumbas se personalizaron con azulejos. La señalización mortuoria más antigua de este tipo reza: “Aqui yace Dª Amalia Lafiguera hija del Muy Ytre. Sor. D. Manuel, Magistrado y Comendador de Isabel la Católica, y Dª Constanza Angulo, que murió el día 28 de junio de 1858, a los 11 años de edad. R.I.P.”.

Enterramiento de la niña Amalia Lafiguera

Un caso singular constituye la placa cerámica de Ramona Arnal y Comech, fallecida a los 79 años la Nochebuena de un año de la década de 1870; se trata de una ‘lápida’ adornada con el dibujo de dos cipreses y un poema epitafio de 14 versos, texto que se conservaba en perfecto estado en 2001, pero imposible de leer cuando lo vi por impedirlo un obstáculo apoyado en el nicho.

Lápida de Ramona Arnal de imposible lectura

La poesía fue el género preferido para los no muy numerosos epitafios que he localizado en lápidas decimonónicas, la mayoría generados en la década de los años 70:

– Severino Victoriano y Lacampa (falleció el 17.1.1861, a los 26 años) y Ubaldesca Berdiel y Lacampa (falleció el 29.6.1871, a los 32 años):

Descansad queridos hijos

Bajo esta losa mortuoria

Donde tengo mi memoria

Y tengo los ojos fijos.

-Teresa Celma y Romeo (falleció en 1872, a los 17 años):

Adiós por siempre Teresa

Descansa en paz hija mía

Pues bajo esta losa fría

Queda tu memoria impresa.

– Hilario Buisán Navarro (falleció el 24.7.1873, a los 68 años):

De Hilario que buscáis tristes despojos

Tenéis en esta tumba su alma al cielo

El premio a recibir subió su duelo

Sean las preces, no llanto en los ojos.

-Vicente Vidal Ros (fallecido el 25.2.1874, a los 54 años):

Descansa querido esposo

Bajo esta fúnebre losa

En donde tiene tu esposa

El recuerdo más precioso.

– Rafaela Castillón y Ballabriga (falleció el 24.12.1875, a los 60 años):

Bajo esta losa fría

Yace sumido un recuerdo

Rogamos por nuestra tía

Que Dios la tenga en el cielo.

– Joaquín Santos Jario (falleció el 21.10.1876, a los 48 años).

Yace en paz esposo aquí

Y si una mano homicida

Cortó el hilo de tu vida

Aun ay quien ruega por ti.

– Pedro Ríos Santolaria (falleció el 6.7,1881, a los 24 años)

Del Señor en la presencia

Goza tu alma bienhechora

Mas tus padres ni una hora

Dejan de llorar tu ausencia.

Epitafio a Pedro Ríos Santolaria

Sin descartar artesanos locales, intuyo que gran parte de las lápidas serían encargadas a talleres especializados de la capital, alguno de los cuales se publicita en la prensa local: “Lápidas mortuorias. La acreditada casa Antonio López y Compañía de Zaragoza, establece precios sumamente económicos para las lápidas de mármol, panteones, etc. y todo lo concerniente al arte de marmolista; los envíos se hacen directamente al consignatario, sin más gastos que los de transporte. Lápidas desde 60 reales en adelante. Diríjase a Antonio López y Compañía, Independencia 5, Zaragoza”.[13]

 En cuanto a los enterradores decimonónicos, tan solo conocemos el nombre de dos de ellos, gracias a un apunte del acta municipal de 21 de agosto de 1899: “En virtud de estar procesado por hurto el actual sepulturero Martín Máñez Albiac (…) se nombra por unanimidad para dicho cargo a Leoncio Camón”.

Dentro de unos días les espero en este mismo blog que generosamente me acoge como amigo. Hasta que llegue la segunda parte que anuncio, les dejo con una reflexión (que me pone los pelos de punta) del poeta caspolino Miguel Agustín Príncipe y Vidaud (1811-1863): “Mísero y pobre, al respirar la vida, / Mi plazo ignoro, y a morir camino” (Devocionario, 1844).

Calle de nichos con flores, año 2005
El cementerio tras una copiosa nevada en el año 2009

[1] Informe sobre diversas cuestiones parroquiales firmado el 14.5.1788 por el prior curado de Caspe, Ramón Aparicio, remitido al arzobispo de Zaragoza, Agustín de Lezo Palomeque. Archivo Diocesano, folios 229-237 del volumen rotulado en su lomo: Año 1785. Estados de las iglesias del Partido de Alcañiz Visitadas por el Ilmo Sr. D. Agustín de Lezo (no hay confusión, es lo que ponía, al menos cuando lo consulté en 1998).

[2] VALIMAÑA Y AVELLA, Mariano (1971 [manuscrito: 1860 ca.]): Anales de Caspe, Ayuntamiento de Caspe (Zaragoza), pp. 180-1821. Debe seguirse la pauta de fechas que señala Valimaña (que también se refiere al cementerio, brevemente, en las pp. 195 y 249-250, y no la de algunos autores posteriores que bailan los años; por ejemplo: CACHO Y TIESTOS, Juan Antonio (1949 [manuscrito]): Las ermitas de Caspe, sus capillas y capillitas de fachadas, Caspe, p. 59, y CACHO Y TIESTOS, Juan Antonio (1980 [manuscrito: 1954-1955]): Anales de Caspe, Parroquia de Caspe, p.13.

[3]  Conviene consultar también BARCELÓ CABALLUD, Rafael (2011): Vocabulario caspolino. Institución Fernando el Católico. Según este autor, ‘cascarria’ es la “porción seca de excremento que llevan los animales pegado al pelo, generalmente en las partes traseras” y ‘cascarriosa’ la persona “que guarda celosamente cosas y trastos de poco valor”.

[4] El primer vip local sepultado en el Cazcarro fue el general de Brigada José Latorre, el 29.3.1833.

[5] Informe firmado por Vicente Borruey, beneficiado de la parroquia caspolina, el 22.8.1849 y remitido al arzobispo, Archivo Diocesano de Zaragoza (encuadernado junto a otros materiales en el libro así rotulado: 1849. Visitas desde Abenfigo nº1 hasta Chiprana, núm. 98 Tomo I).

[6] Sesiones municipales de 30.8.1855 y 17.1.1897, citadas en CACHO Y TIESTOS, Juan Antonio (1980 [manuscrito: 1954-1955]), op. cit. pp. 69 y 162.

[7] Ordenanzas Municipales Caspe, 1852. Aprobadas el 2.10.1852, siendo alcalde corregidor Antonio González de Asarta, se publicaron ese mismo año en un opúsculo editado en Zaragoza por la Imprenta Nacional (facsímil en Cuadernos de Estudios Caspolinos, núm. 22, 1996). El periódico El Descamisado (Caspe) se refiere a algunos artículos en el ejemplar núm. 26, de febrero de 1869, de donde se deduce que seguían vigentes.

[8]  “El cólera de 1834 en Caspe”, en Revista Caspe, 26.7.1928.

[9]   PUYO DE COLUMA, Roberto (1886): “Caspe”, en VV.AA. Aragón Histórico, Pintoresco y Monumental, Zaragoza, tomo II, pp. 169. El párroco Agustín Royo Lacasa (periodo del cargo: 14.11.1877 – 1.9.1887) fue quien animó al ayuntamiento a la apertura de un cementerio civil en el complejo del Cazcarro, según se indica en: DOÑELFA SALVADOR, Luis Manuel (2009 [manuscrito: 1922-1923]): “Anales de Caspe”. Segunda parte, Cuadernos de Estudios Caspolinos, Centro de Estudios Comarcales del Bajo Aragón-Caspe (Zaragoza), núm. 28, p.113. Transcribo los párrafos de Doñelfa:

      “Establecida en España la libertad o tolerancia de cultos, era consecuencia lógica la construcción de cementerios civiles en todos los pueblos; pues si bien en Caspe no había incrédulos ni herejes, podían venir de fuera.

        En efecto, cuando las obras del ferrocarril vino una multitud de operarios descreídos, y entre ellos un capataz que parecía ser incrédulo rabioso, pues tenía una hija de doce años, que no estaba bautizada, porque su padre se opuso tenazmente a que se le administrase el Santo Bautismo.

           Enfermó y murió en aquel estado la desgraciada niña, y su padre pidió que no fuera su hija enterrada en el cementerio católico. Hubo que enterrarla en el civil, aun cuando su padre se hubiera opuesto, porque no estaba bautizada, y por tanto no era cristiana.

        Entre las muchas personas que emigraron a Barcelona después de la helada del olivar, hubo una mujer que tuvo la desgracia de hacerse protestante; vino a Caspe su pueblo natal, hace algunos años; cayó luego enferma, y al indicarle y aconsejarle la necesidad de recibir los Santos Sacramentos, se negó obstinadamente y no quiso reconciliarse con la Santa Iglesia Católica. Por tanto, no se la pudo enterrar en el cementerio católico, sino en el civil.

       Creo que no hay más cadáveres en el cementerio civil que los de estas dos desdichadas”.

[10] La promoción municipal de mejoras planteará pronto la duda de la titularidad. En la sesión municipal de 7.8.1870 se analiza el embellecimiento del camposanto con una cruz, pero algunos concejales manifiestan la necesidad de conocer previamente si el cementerio es propiedad del consistorio o de la iglesia. CACHO Y TIESTOS, Juan Antonio (1980 [manuscrito: 1954-1955]), op. cit. p.108.

[11]  El Descamisado núm. 5, noviembre 1868.

[12]  Sesiones municipales de 17.1.1860 y 21-8-1864.

[13]  La Opinión del País núm. 54, 4.10.1885.

4 respuestas a «El Cazcarro, cementerio bicentenario (primera parte)»

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